domingo, 7 de octubre de 2012

SALVE CENTURIA ROMANA MACARENA, SALVE ESPERANZA NUESTRA



SALVE CENTURIA ROMANA MACARENA.
SALVE ESPERANZA NUESTRA.


El tiempo se detiene en la Ciudad, ante la afluencia de caudales devocionales que fluyen por los senderos de las arterias adoquinadas, adyacentes al Imperio del Atrio. El rumor de lo inminente va tomando cuerpo lentamente sobre cada palmo del arrabal macareno. El silencio repentino del gentío anuncia la llegada de hombres de otra época, macarenos de siempre. Los balconcitos de la inalcanzable celestial espadaña florecen como cada primavera para ver asomar los cuerpos rejuvenecidos de los viejos macarenos, nunca olvidados y, que durmieron en el regazo de la Macarena para alcanzar la paz junto al Señor de la Sentencia.

Se encienden los corazones ávidos de Esperanza al tic tac de sonidos de metales entre destemplanzas de tambores. Aceleran los oxidados minuteros para marcar la hora exacta en el lugar previsto. Inútilmente buscaremos en viejos legajos sobre el Imperio Romano el valor de la Centuria Macarena. Realmente son las estilográficas blancas acariciadas por la brisa del anochecer quienes, sutilmente y con el mayor rigor, escriben cada renglón de la más apasionada historia de amor. La firmeza de sus convicciones se acrecienta a cada paso avanzado sobre la calzada de la otrora Híspalis. Envueltos por una nube de nostalgia y el lenguaje apasionado de las miradas silenciosas que tornan hacia los privilegiados escoltas del Señor, asoman por fin al Atrio, antesala del Paraíso. Bajo la opaca caída de la noche mágica de Sevilla una intensa luz humana pertrechada de corazas, rodelas, machetes y lanzas va derrochando fervor tras la Luz cegadora del Señor de la Sentencia, proclamando, una vez consumado el preludio, que un nuevo milagro tomará vida tras las rejas. El embriagador aroma de la Centuria permanece junto al clasicismo de su música y la elegancia en el desfilar. Un estilo inalterable, latidos al compás del rufar de los tambores y la majestuosidad de las cornetas, van conjugando puro macarenismo y sevillanía a uno y otro lado de la Muralla. La Centuria no es etérea ni pasajera a la fugaz madrugada. Cada nombre de los Armaos queda esculpido por finas gubias en los callejones del Barrio. Su silencio es plegaria a los ojos de la Esperanza y el vacío tras su marcha imborrable huella en la memoria.



Las creencias de los fieles hijos del Barrio se acrecientan envueltas de emociones y reflejadas en unos ojos universales, tornándolas como certezas absolutas al trasluz del Parasceve. Los Armaos son fedatarios indiscutibles de la palabra transustanciada en el verbo cautivo de nuestros pecados. Certezas en las manos amarradas del Señor de la Sentencia que a diario nos liberan de las sogas de la tristeza cotidiana. La arraigada fe del pueblo supera casi todas las inalcanzables murallas que encuentran a su paso. Diría que todas salvo una, pues sin lugar a dudas esa muralla es pórtico de la fe recreada en un mirada única. La de una mujer de excelsa hermosura e irrepetible en nuestras vidas, cuyo precioso nombre reza como lema de amor en cuatro sílabas que conforman en dulce melodía la sinfonía perfecta.

Atriles imposibles trataron de alcanzarla conjugando las más bellas estrofas rematando renglones de rigorosa prosa que aclamaban las virtudes de la Madre. No existe más Atril que aquel pedestal sobre el que descansa la perfección bajo formas de mujer. La angustia se apodera de su semblante y un caudal de lágrimas desconsuela al contemplarla a cada instante. Cuando el dolor nos envuelve y los escalofríos del alma nos elevan en mil rotas plegarias, descubrimos la milagrosa sonrisa que nos proclama la esencial virtud teologal que proclaman los perfiles morenos que como enseña verdadera pregona quien da verdadero sentido a la leyenda impresa sobre el escudo de la Ciudad.

Proclamamos en justicia y reciprocidad a las Legiones del Atrium, guardianes celosos de la Basílica, custodios del Señor y heraldos de la Reina de los Cielos nuestro amor inquebrantable y anunciamos su arribada a la interior madrugada, que renace en nuestros corazones anhelantes de sus bríos, con dos salves.



Salve Centuria Romana Macarena.
Salve Esperanza nuestra.



Fotografías: Rogelio Fajardo y Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana