martes, 13 de septiembre de 2011

SOLEDAD


SOLEDAD


Diez varales de madera sustentaron el primer palio de Sevilla. La más sutil caricia de envejecida belleza mostró su esplendor bajo un techo de terciopelo negro bañado de sedas, plata y oro. Nacía para nuestra Ciudad el mejor marco que abarcar pudiera la hermosura de la Reina de los Cielos. Benditas hechuras entronadas bajo bambalinas bordadas entre finas puntadas de amor que pasean con elegancia el anclado profundo dolor de la Madre del Salvador. La alfa de la máxima expresión de armonía que representa un paso de palio nació para abarcar a la eterna Soledad.

Con el paso del tiempo la Bendita Rosa de San Lorenzo descubrió su paso para mostrarse a los pies de la Santa Cruz y ante la imborrable huella de Nuestro Señor Jesucristo descendido del madero. Con el transcurrir de los años la justa medida de Sevilla ha dado el lugar que merece a la Soledad de San Lorenzo. Su última mirada hacia el pueblo de Sevilla es el epílogo de nuestra Semana Santa.

                           

El rostro que mejor refleja la ternura de la Madre inconsolable ante el insufrible dolor que incrustó profundo puñal en su corazón es el bálsamo eficaz que mitiga el sufrimiento de tantas madres desposeídas de la caricia de sus hijos. Los vacíos de las ausencias que no podremos llenar sino con los recuerdos del pasado y la mirada aferrada en el futuro del reencuentro encuentran en la Madre Perfecta el certero destello de luz al que mirar. Ella es el faro que guía nuestros pasos inseguros, propios de nuestra torpe humanidad, que nos hacen caminar hacia ninguna parte. Sin Ella, nuestra vida perdería sentido y el futuro sería como el inalcanzable oasis que tratamos de encontrar entre las arenas de un interminable desierto.

La Soledad mejor acompañada de Sevilla y los silencios del anochecer me hacen entender que las últimas cuentas de un rosario doloroso se consumen irremediablemente entre mis manos. La postrera saeta brotará peregrina desde un lugar de la Plaza abriendo de par en par el portalón del Templo del Santo Mártir y susurrará al tímpano del crepúsculo que todo se consume y que el infalible final volverá a eclipsar la belleza fugaz de la semana pasional.

                         

Alzo la vista a un horizonte desvanecido entre nubes de incienso, que apenas me permite despedirme de Ti, mirando a esos ojos empañados de nácar y a las rosadas mejillas hermosamente envejecidas que se dibujan en el conmovedor lienzo de tus blanquecinos perfiles. Se cierran por completo las pestañas de los ojos entreabiertos del Templo de San Lorenzo y entre rasgados contraluces trato de alcanzar a contemplarte.

Has vuelto a pasar Soledad con la fugacidad de cada Sábado Santo. Invadido por la melancolía vuelvo a pensar que todo se acaba, se consume la ansiada realidad como la cera que queda esparcida por el empedrado de las últimas calles de la estación de penitencia de tus hijos. El sueño de todo un año de espera muere en escasos instantes. Los versos mejor escritos vieron morir su última rima. La exacta medida encuentra su fin en la última palabra que se repite puntual en las reminiscencias del Parasceve que anida en la espadaña de la Morada del eterno Gran Poder: Soledad.

                              

No existen las casualidades, es el destino providente de mi Dios quien me llevó a llamar al dintel de Tu puerta abierta a mi morada final. Ese Día que me marche quiero estar a solas contigo Soledad. No quedarán lágrimas por derramar ni sueños que despertar. Junto al Señor y a Ti todo lo que siempre anhelé alcanzar por fin podré abrazar. No necesitabas palio que cubriese tu llanto, es el Cielo de Sevilla perpetua bambalina que se mece al son de oraciones y plegarias que resuenan entre coros de ángeles y en labios de sevillanos en la memoria.


A la familia Jiménez Díaz