sábado, 30 de abril de 2011

LOS ARMAOS DE LA MACARENA EN SAN LORENZO



LOS ARMAOS DE LA MACARENA EN SAN LORENZO

La Plaza esperaba al Señor entre lágrimas, emociones contenidas y con la expectación propia ante el amenazante plúmbeo cielo que la cubría. El sueño de los devotos del Señor se desmoronaba por momentos, el anhelo se desvanecía entre promesas y rogativas, pero la fe en el Dios del Milagro permanecía inalterable y sin fisuras. Los ojos rasgados de la Ciudad comenzaban a humedecerse y la Giralda miraba hacia ninguna parte en búsqueda de un inalcanzable Parasceve. Negros ruanes alcanzaban la Basílica y el Templo de San Lorenzo, caminando entre estrecheces y siempre bajo la atenta contemplación de los fieles que quedaban sobrecogidos a su paso. La noche que envuelve la Ciudad entre cíngulos y espartos, musicalidad y silencios, algarabía y luto, reposaba sus manos con arrogancia, sembrando incredulidad en cada plaza, callejuela o avenida.

El Credo cierto prendía su mirada hacia las puertas del Templo buscando al otro lado del umbral siglos de encuentros y prerrogativas. La prodigiosa zancada del Señor se alargaba en los palpitantes corazones de sus fieles y devotos que comenzaban a percibir sobre sus rostros la translúcida caricia de esas manos poderosas que nos soportan, y al tiempo, alivian nuestras carencias existenciales.


El eco de los tambores de la Centuria Macarena, como inquietante murmullo, comenzaba a hacerse notar en la Plaza. Su resonancia se acrecentaba y se percibían los primeros rumores de metales. Llegaron los Armaos de la Macarena y la Tierra se estremeció. Un redoble destemplado del cabo Hidalgo provocó un compartido suspiro entre los devotos del Gran Poder. La Centuria Macarena atravesó el corazón de Sevilla en honor a "su Gran Poder" partiendo la Madrugá en dos mitades simétricas; La que reza a diario al Dios de San Lorenzo y la que se conmueve al mirar a los ojos de la Esperanza. La Basílica abría sus puertas al piadoso ejército de San Gil que a punto estaba de iniciar su anual y pacífica reconquista del corazón de Sevilla.

Se marchaba la Centuria destilando amorosamente esas notas excelsas que dictó en inigualable Madrugá la Reina de Sevilla al oído del maestro D. Pedro Morales y que éste templando sus manos plasmó sobre pentagramas de ensueño. Nuevamente las lágrimas se apoderaron de las miradas de los privilegiados invitados a una nueva Concordia entre devotos del Señor e hijos de la Esperanza.

Momentos fugaces y etéreos que cada anochecer de Jueves Santo preconizan la inminencia del milagro. Instantes que quedan esculpidos por la fina gubia del Señor de Sevilla en los corazones sedientos de su misericordia. Bendita Centuria Macarena, hijos privilegiados del Atrio, Heraldos de la Señora de mayor belleza y pregoneros excelsos de la más dulce poesía envuelta en la más sublime prosa que conocerán los siglos.

Conmovedores silencios penetrantes de Sevilla y sutil fragancia macarena que va destilando amor y fervor por cada sendero que van surcando por la empedrada realidad sus Legiones Romanas. Se marchan Los Armaos acelerando el paso para cubrir el más privilegiado honor que todo buen cofrade que se preste soñará siempre alcanzar. Amarrarse a las manos de su Señor de la Sentencia y abrir paso a los verdes terciopelos que nos llevarán al más deseado Atril de hermosura: Nuestra Esperanza Macarena.

Blanquecinas nubes algodonadas entre corazas, destemplados sonidos descendidos de la Gloria y macarenos asomados al azul Atrio bajo la ansiada Espadaña se eternizaban sobre la faz del Gólgota sevillano. Sevilla volvía a llorar como llora cada vez que mira a los ojos de su Esperanza Macarena. La transustanciación Divina de la noble madera quedó en el interior de la Basílica buscando otra Madrugá distinta a la esperada, esa Madrugá que llega cada día a habitar los balcones vacíos de la memoria; a curar las heridas de la desesperación y del olvido; y a tejer con finas puntadas de amor la creciente e inquebrantable devoción al Gran Poder.

La angustia se apoderó de toda una Ciudad que cercana estuvo de acariciar con sus manos su mayor Gloria. Corazones rotos en mil pedazos por las crueles aguas que rebosaron a destiempo sobre las paredes de la sutil vasija que cobija nuestros sueños. Sevilla vuelve a retomar con firmeza el pulso perdido y torna su mirada hacia la Señora de su vida y hacia su Dios, nuestro amado Señor, por siempre Gran Poder.

Texto: Jordi de Triana
Fotografías: Rogelio Fajardo y Tomasz Mroz

1 comentario:

María - Santiago dijo...

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