domingo, 26 de abril de 2009

SEÑOR ¿POR QUÉ TE HE ABANDONADO?


SEÑOR, ¿POR QUÉ TE HE ABANDONADO?


Señor, te pido que me liberes de las cadenas que me aprisionan y que me alejaron de Ti.



Esta Madrugá te abandoné, te dejé solo en la noche fría de Sevilla. Sentía sobre mí, esas mismas espinas que llevas clavadas sobre tu rostro, mis hombros quedaron vencidos por el mismo peso de la Cruz que cargas por nuestras culpas, mis piernas temblorosas a penas me permitían dar un paso y mis ganas de volver a verte perecieron ante las llamas del dolor y de ese miedo a derrumbarme ante la Silueta inquebrantable del que alarga la zancada en la noche de los misterios ocultos de Sevilla.



Me quedé en la soledad de mi lecho velando por el sueño de mi niña, que a punto estaba de despertar para vestir, por fin, esa túnica morada que tanto anhelaba. Su sueño fue real la mañana del Viernes Santo muy cerquita de la vieja Cárcel del Pópulo. Como aquel preso que trataba de alcanzar a la Esperanza desde los barrotes de su celda, yo traté de alcanzarte, Dios Mío, y no pude.



Mi dicha quedó rota por la mitad. La ilusión de esos ojos brillantes de mi pequeño ángel regalando estampitas del Cristo de las Tres Caídas y de su Madre de la Esperanza no llegó a mitigar el remordimiento y el sentimiento de culpabilidad que me embargaban por mi desplante hacia quien me fortalece con su bondad sin límites.



Este año me llamaste más que nunca, acudí a visitarte con frecuencia. Era, sin duda alguna, una señal cierta de que esta Madrugá no estaría, como siempre y sin falta, acompañándote en Tu anual reencuentro con el Gólgota sevillano.



Esta Madrugá, Señor te abandoné, como te abandonaron tus discípulos amados. Ellos dudaron de Ti, necesitaron ver parar creer que Tu Muerte fue efímera y fruto cierto de salvación. Padre Mío, sabes bien que no necesito verte cada día para creer en Ti, pero como Hijo necesito postrarme ante Ti y encontrar respuesta a mis dudas existenciales en esos ojos cargados de siglos y de certezas.



Recordé aquel momento inolvidable que juré las reglas de la Hermandad del Gran Poder de Dios y del Traspaso de María. Recordé esas lágrimas que tibiamente asomaban por mis ojos enrojecidos, no olvidé la complicidad de las miradas de los fieles con el Dios de San Lorenzo. Dos besos que quedarán a buen recaudo para siempre en mi memoria. Un acto de juramento que formalizaba una duradera relación de amor y que me unía formalmente con el Señor de Sevilla y su Bendita Madre Azucena de San Lorenzo.



Un gran amigo, hermano en el Señor, sabedor de mi ausencia portó durante toda la Madrugá esa misma medalla que él mismo me regaló con ocasión de mi jura como nuevo hermano. Rafael vistió la túnica de ruán como pareja nombrada del Señor durante muchos años y estos dos últimos siguió sus pasos cargando con una Cruz como penitencia por una súplica al Gran Poder, una súplica que encontró respuesta en la salud de un ser muy querido y que quedó restablecida gracias a la fe en el Señor.



En esa medalla encuentro la huella imborrable del paso de Dios por las calles de Sevilla. Desde entonces, todas las noches antes de dormir guardo cuatro besos: para mi mujer, mi niña, para la medalla y uno último para un retrato del Señor de Sevilla, que como tesoro, guardo junto a la cama. Espero que muy pronto sean cinco los besos. Si el Señor quiere, pronto nacerá un nuevo fruto de nuestro amor de esposos, fortalecido en el Señor y en la ilusión de nuestra pequeña niña. Será uno de esos muchos hermanos del Gran Poder que cruzarán el Puente de Triana vestidos de ruán y negro para acompañar al Señor desde la Basílica que lleva su Nombre en la Santa Madrugá de Sevilla. Dios quiere que sea de este modo y así será.



Mi corazón estaba roto en mil pedazos, era tanto el dolor, que a penas me permitía encontrar en el Señor alivio y consuelo. Me encerré en la pena y en la angustia. Como Tú Padre bueno y misericordioso, destierro de mi sufrimiento el dolor propio y mis ataduras son más fuertes cuando es cautivo del dolor uno de mis hermanos.


Entre las tinieblas de la noche, los hombres somos sombras pasajeras deslumbradas por la Luz de Tu eterna presencia. Nuestras vidas se consumen como gotas de cera y Tú permaneces inalterable, fuerte e invencible ante la dama oscura y misteriosa que nos aguarda con su guadaña traicionera para cegarnos la vida.



Sin esa verdad necesaria que trasluce en las entrañas de nuestra fe nuestras vidas serían insoportables condenas hacia el fin, nuestros días estarían contados y la muerte sería vana e innecesaria. Tú eres la razón de nuestra existencia. Eres el Mar caudaloso al que irán a vivir y no morir nuestros cuerpos friamente entregados al rigor de la muerte. No existe mayor miseria para el hombre que sentir la muerte como la última meta, un viaje hacia la nada y hacia la desaparición del cuerpo carente de alma.



Te abandoné Dios Mío, Tú en cambio no me olvidaste y te has acercado tanto a mí que puedo percibir tu aliento, que siento muy cercano el calor de tu pecho y que casi puedo acariciarte. Vuelvo a oír la voz de tu silencio y a sentirme herido por tanto amor esparcido.


Gran Poder, no soy digno de Ti, es tanto lo que me das y tan poco lo que me pides a cambio, que llego a avergonzarme.



Esta Madrugá no pude verte caminar por Sevilla, me perdí el movimiento de Tu túnica morada acariciada por la brisa de la noche, no pude perderme en la lejanía de tu poderosa zancada, buscar tu mirada profunda en el horizonte destemplado de los rezos que te acompañaron en cada lugar de tu camino, aliviarte en el esfuerzo sobrehumano al cargar con el peso de la Cruz, mitigar el dolor por las espinas que se clavaron en tu cabeza, leer el mensaje de tus labios y lanzar un beso hacia Tú Sagrado Talón desgastado por tantos sevillanos sedientos de tu Amor.



No existe más dura Estación de Penitencia que estar lejos de Dios en la Santa Madrugá. En mi pecado, Dios Mío, está mi mayor penitencia. Pueden parecer muchos los días que quedan para que vuelva a acompañarte, queda mucho por vivir, el sueño parece lejano e inalcanzable, me atrevería a decirte Gran Poder, que queda muy poco tiempo. Por Ti, Dios Mío, podría esperar hasta el día que me llames a iniciar la Última Estación de penitencia, ese camino hacia Ti que nada ni nadie podrá detener.

viernes, 24 de abril de 2009

LA MEMORIA DE LA CIUDAD


LA MEMORIA DE LA CIUDAD



Una nueva Semana Santa pasó por delante de nuestras vidas. Quedamos embargados por una doble sensación, por un sentimiento agridulce. Vivimos grandes momentos que quedarán a buen recaudo en esa habitación de nuestras memorias que reservamos para guardar todo lo bueno que nos llevaremos de esta vida. En otro orden quedamos embargados por la tristeza al percibir que la Semana Grande se marchó a gran celeridad. Cada jornada pasó inexorablemente por delante de nosotros, sin darnos tregua en esa lucha por mantenerla con vida.
Día a día el sueño fue tan cierto como efímero, llegaron el Domingo de Resurrección y esas notas amargas que sonaban a despedida. Para algunos no son sino el preludio de una cuenta atrás que nos llevará a esas primeras túnicas blancas que inundarán las calles del Porvenir el próximo Domingo de Ramos. Ha sido una Semana Santa completa, vivida con pasión, concentramos todos nuestros sentidos en ella, nos entregamos dándolo todo, tratamos de saborear cada instante, no perdimos de vista el mínimo detalle.
La realidad del día después nos llevó a lo rutinario, nos hizo caer en el abismo de la soledad y de las ausencias. El desánimo pasó a ser nuestro compañero inseparable en este largo viaje de la espera. Un año más vivimos en carnes propias un mismo ritual, en un mismo escenario y un mismo Fin. La Semana Santa volvió fiel a la cita y al reclamo de la Luna del Parasceve, esa misma Luna que contempló silenciosa la Muerte del Hijo del Hombre hace más de dos mil años y que vuelve a asomarse a un balcón azul para contemplar a ese mismo DIOS reviviendo la escenas de su Pasión y Muerte.
Sevilla extendió sobre sus calles, avenidas y plazas una amplia roja alfombra forjada por el amor de un pueblo que soñó todo un año para despertar a la más agradable realidad. Sevilla es como un viejo museo en el olvido, que recobra su esplendor por una semana y que queda envuelto por los maravillosos lienzos pasionales que se plasman misteriosamente en sus paredes como pintados por ángeles.
Cada Semana Santa supone un cúmulo de nuevas vivencias y de recuerdos que nos acercan todavía más a ese desbordante idilio amoroso que nos ata con fuerzas a sus entrañas, a su misterio y a esa gran verdad que reluce en el trasfondo de su ser. La Semana Santa de Sevilla es la memoria de nuestra Ciudad. Labramos nuestra Historia bebiendo de sus inagotables fuentes. Sevilla es la Ciudad del encuentro entre culturas y esencialmente es la Ciudad de los contrastes, de ese constante cambio de tercio, de llorar y de reír al mismo tiempo, de no saber si iniciamos el camino o si alcanzamos ya la meta, de túnicas de terciopelo y capa y túnicas de ruán y negro, de pasodobles maestrantes y de esos silencios que te penetran hasta llegar al alma.
Sevilla es sueño y realidad al mismo tiempo. Sevilla es fantasía, llanto y alegría. Sevilla es un trocito de Cielo acariciado por el Sol, que tiene corazón y alma, bañado de costado a costado por el viejo Guadalquivir y coronado por la Giralda, su Torre más alta, guardiana y centinela de sus sueños. La Semana Santa de Sevilla se engendró como el más vivo reflejo de esos mismos contrastes, de esa continua convergencia entre el alfa y la omega, entre lo finito y lo infinito, entre el dolor y el júbilo.
Cada vez que buscamos en los recónditos habitáculos de nuestras memorias para reencontrarnos con nuestro más anhelado pasado, descubrimos cada imagen, símbolo o motivo vivido alrededor de esta Semana única e irrepetible. Nuestra primera túnica de nazareno, el primer Domingo de Ramos, aquella tarde lluviosa en la que no pudimos acompañar a nuestra Hermandad, nuestro niño vestido de monaguillo, las túnicas de nuestros padres y hermanos la noche anterior a la Estación Penitencial, la vuelta al Barrio de nuestros abuelos para continuar con la más hermosa tradición, la mirada a los ojos de nuestra Virgen en los que encontramos a nuestra abuela que se marchó a vivir junto a Ella, el recuerdo de nuestros amigos que iniciaron el camino de su Última Estación hacia la Santa Morada y un sin fin de legados de la memoria que permanecerán intactos hasta el día que nosotros mismos empecemos a formar parte de ella.
Son tantas las vivencias, que sería un imposible poder alcanzar a todas, pero sin duda alguna, son nuestro gran referente del pasado. Cada calle, plaza o avenida de Sevilla que goza del privilegio de formar parte del itinerario de cada cofradía, para nosotros, supone una pequeña reliquia de recuerdos y sentimientos. La cera que queda como huella irrefutable del paso de una cofradía o el incienso que quedó suspendido en el aire y que seguimos percibiendo al llegar a ese lugar íntimo de nuestro encuentro anual con Dios y su Madre en las calles de nuestra Ciudad son esa imborrable memoria que mantiene viva la llama de este fuego de pasiones y amores soñados y encontrados.
No sería justa la memoria, si olvidase a quienes entregaron lo mejor que llevaban dentro para crear los cimientos de este grandioso monumento a la justa medida y a la Divinidad de Dios, que toma vida en las calles de Sevilla, de quienes continuaron esta labor de siglos y de quienes en el presente siguen siendo verdaderos testigos de amor y generosidad.
Si en el dolor de Dios en la Cruz no encontramos la mirada de nuestros hermanos que sufren, si en la dulzura de un Nazareno no vemos reflejada la ternura de nuestros seres queridos que se nos adelantaron en el último viaje, si en la Resurrección de Cristo no vemos ese pilar fundamental que solidifica nuestra fe y si en el llanto de una Dolorosa no vemos la angustia de la madre que pierde a su hijo, nuestra Semana Santa sería pura apariencia y un hermoso espectáculo carente de significado, se vería desposeída de corazón y alma.
Sevillanos en la distancia, enfermos presos en la celda de una cama, ancianitos sin fuerzas para dar ese último paso que los acerque a vivir este gran sueño y quienes asumidos por el dolor de una irreparable pérdida no tuvieron el valor o las fuerzas necesarias para salir a reencontrarse con su pasado, esta Semana Santa pudieron sentir sobre sus piernas el mismo cansancio que quienes pudieron disfrutar de todas las cofradías en la calle. Fueron parte de la bulla, del codo con codo, tuvieron a Dios y a su Madre muy cerquita de ellos y todo fue posible por el esfuerzo de personas como José Antonio Rodríguez Benítez, a pesar de su juventud, un gran ejemplo para todos nosotros.
A José Antonio Rodríguez Benítez

jueves, 23 de abril de 2009

Pasa La Esperanza de Triana


Muy vivos los ecos de la última Madrugá, la Esperanza de Triana retomó el camino que la llevó hasta el comienzo. A penas habíamos iniciado un nuevo sueño y hemos despertado presurosos para fundir nuestros corazones bajo el doloroso puñal que aprieta su pecho.
Su belleza desbordante volvió a conquistarnos y seguirá haciendo hasta que nuestras almas abandonen nuestros cuerpos para encontrar segura morada bajo su verde manto de Esperanza. En la sencillez de una pequeña y azul parihuela y cubierta por un manto blanco nos mostró que no necesita de palio, de flores, de cera ni de música para deslumbrarnos.
En esa cara morena y preciosa, en esos ojos que te roban el corazón a primer golpe de vista y en esas manos que no deja de ofrecernos y que tanto anhelamos besar descubrimos los cánones más excelsos de belleza y armonía.
Ante Ella el tiempo se detiene y nuestras memorias son frágiles vestigios del pasado. En su mirada está todo, no busquemos en otro lugar porque todo lo que buscamos se concentra en el más hermoso sueño ceramista y alfarero transustanciado en inigualables formas de mujer.
Muchos trianeros no entendemos de calendarios, almanaques ni de tiempos, el inexorable paso de nuestros días está grabado en nuestros corazones y cuenta cada vez que vimos a la Señora de Triana pasear su gracia por las calles de Sevilla.
No paraba de llover sobre Triana, era una tarde de añoranzas, de recuerdos, de volver la vista hacia un pasado inmediato y hacia un sueño felizmente realizado. Bastó que nuestro hermano mayor pronunciase su Nombre para que en el horizonte del Cielo que cubre este trocito de Gloria llamado Triana se adivinase esa brisa marinera que renace en los augurios de cada Madrugá de Viernes Santo.
El paso del tiempo, lejos de hacernos ver todo esto como algo rutinario, previsto, programado, reiterado, nos devuelve al pasado y a la ilusión de ese niño que todos guardamos dentro y que renace cada vez que la vemos a Ella. Triana volvió a reencontrarse con su Esperanza a deshora, aunque para Ella nuestro tiempo es ilimitado. El ritual que se repite cada año nos hizo perder el paso ante excepcional acontecimiento. Nos bastó su presencia para retomar nuestro camino con firmeza.
Pasó la Esperanza de Triana, tan sola y tan acompañada. En la soledad de un palio o parihuela y muy cercanos a nuestra Reina duermen en la profundidad de un dulce sueño cuantos trianeros no terminaron de pasar por delante de quienes seguimos llorando por su ausencia.
Nuestro mayor consuelo está en descubrir que ELLA no pasa sola y que cada lágrima que resbala sutilmente por sus mejillas es ese Mar al que irán a vivir los ríos de nuestras vidas cuando el Señor de las Tres Caídas nos llame a su Reino.
Desde la casa del Cura de Santa Ana vimos pasar a la Señora, nuestros corazones se aceleraron, nuestros ojos se iluminaron y nuestros sueños fueron tan reales que no quisimos despertarlos.
Descubrimos que Ella es nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. La emoción del reencuentro cada día se hace más difícil para nosotros, apretamos nuestros labios, cerramos nuestros ojos y tratamos de abstraernos por segundos para detener ese mar de lágrimas que finalmente terminó por embargarnos.
La Señora llegó al Templo Grande de Triana acompañada por esos mismos hijos, que con júbilo la acompañaron toda una noche por las calles de Sevilla, en esta ocasión no dudamos en hacerlo rezando y en silencio.
Pasó la Esperanza de Triana y con Ella volvimos a vivir un nuevo sueño

jueves, 9 de abril de 2009

A Mi Nazarenita Guapa de Triana


A mi Nazarenita guapa de Triana
Querida niña, por fin, llegó el día que tanto ansiabas.
Recuerdo con emoción aquella inolvidable noche de destemplanzas, en vísperas de una Cuaresma, que mi Virgen Morena puso entre mis brazos a esta pequeña rosa trianera. Te bastó abrir esos pequeños ojos de esmeraldas para conquistar mi corazón de padre. En tu mirada descubrí el remedio infalible para cicatrizar las heridas del corazón, en tus besos el bálsamo eficaz para mitigar las dolencias del alma y en tu sonrisa la más hermosa melodía de sueños compartidos.
Con tu venida a este Mundo, Sarita mía, Dios apartó las espinas, que a veces se cruzaban en mi camino. Desde entonces, vida mía, en mis tristezas y en mis alegrías, únicamente encuentro rosas, rosas sin espinas y suaves como el morado terciopelo que por una mañana cubrirá esa carita de ángel que cada noche beso antes de que tus ojitos de lucero se cierren por completo.
Cada día que pasaba por tu vida, mi corazón más conquistabas. Alma del alma mía, eres tú mi pequeña Cirinea. En tus desvelos y con tu sonrisa inmaculada aliviabas el peso de la cruz de mis noches de insomnio. Estaba escrito en tu destino, un día serías nazarena del Señor de la Tres Caídas de Triana. Desde un principio tenías muy claro que tu lugar estaba muy cerquita de esa cara Divina y penetrante del Señor de la Calle Pureza.
Ya siento el pellizco de aquello tan hermoso que en unas horas dejará de ser un sueño. Por fin veré a mi princesita vestida con túnica morada y capa color crema, recorriendo los últimos pasos que la devolverán con su Cristo y con su Virgen de nuevo a Triana.
En el Puente volverás la vista hacia atrás y descubrirás la Torre más alta que corona a la Ciudad de Sevilla. En ese momento te diré hija mía que hace veinticinco años y en las entrañas de esa insuperable Torre Centinela, el pueblo de Sevilla puso una corona de desbordante amor sobre nuestra Virgen Alfarera.
En las aguas del viejo Guadalquivir percibirás la brisa marinera que a punto estará de acariciar el dulce rostro de Dios que por Tres veces en la Santa Madrugá besará el suelo de Sevilla.
Acuérdate Sara, eres tan bondadosa que no necesitarás que yo te lo diga, de esos niños enfermos que están en el hospital y que tanto necesitan de esa verde Esperanza, que por una noche traspasará las fronteras del Arrabal Trianero para robarle el corazón a Sevilla. Recuerda con cariño a esos angelitos que se marcharon muy pronto al Cielo, y que como tú, estarán repartiendo caramelos, medallas, estampitas y sonrisas a niños y mayores.
Pídele a la Reina de Triana por ese hermanito que tanto deseabas, y que si Ella quiere, pronto podremos acariciar con nuestras manos. Pregúntale a tu madre por tu hermanito y por esos nervios que le entran cada vez que escucha los sonidos de Triana.
¿Cómo puede ser posible que todavía no ha nacido y está que se muere por besar las manos de la Esperanza de Triana?. No decían que este sentimiento llegaba con el parto, me atrevería yo a decir, que incluso, viene de antes. ¿Quién puede poner en duda que bajo el latir de este pequeñito corazón no existe vida?.
Sueña mi niña, sueña en esta noche inolvidable de Sevilla. Mañana muy temprano abrirás los ojos de par en par y por primera vez en tu vida vestirás la túnica que con tanto cuidado te ha preparado tu madre. Con orgullo te llevaré de la manita porque eres tú esa rosa soñada que floreció en el jardín dormido de mi vida y que cada tarde de primavera me hizo despertar de un profundo sueño de anhelos inalcanzables, para descubrir en la Iglesia de Santa Ana la dulce mirada de mi otra Flor y Madre.
No olvides, mi pequeña florecilla, mirar a los ojos de la Virgen, que aunque muy lejos te encuentres de Ella seguirás viendo su cara Morena. Déjate llevar por su Luz, por esa belleza desbordante que se sale del palio, por su carita gitana y por esos ojos grandes que eclipsan a estrellas y planetas.
No busques con tu ojitos niña, a esa Luna que lució en la noche más hermosa de Sevilla, porque hija de mi alma, esa Luna irá mecida entre varales por las calles de Triana.

Te quiero Sara

viernes, 3 de abril de 2009

Junto a la Esperanza


Querido amigo, tu sonrisa se apagó para siempre, tu recuerdo acaba de nacer en nuestros corazones.
Muy pronto tu Virgen Morena te abrirá de par las puertas de ese rincón de Cielo, que también llaman Triana.
Difícilmente tus amigos vamos a superar este amargo trago que nos toca beber justo cuando estábamos a punto de alcanzar el más hermoso sueño de cada primavera.
Al Cielo llega un costalero del Cristo de las Tres Caídas, uno de sus nazarenos y sobre todo un gran corazón trianero.
El amigo que mejor supo aliviar nuestras penas y arrancar nuestras sonrisas, nos deja asumidos en la más profunda tristeza e invadiendo nuestros ojos de un interminable océano de lágrimas derramadas.
Al igual que tu Cristo de las Tres Caídas, fuiste ejemplo de amor y de generosidad. Cargaste con el duro peso de la Cruz con entereza y siempre mirando hacia el frente.
Tu Divino Cirineo fue el mejor compañero en tu camino de amarguras.
Lo mucho que te quedaba por vivir, lo vivirás junto a tu Rey de Triana. Tu Cristo con templanza llamó al martillo para que te unieses a su cuadrilla de costaleros.
A punto estás querido amigo de iniciar tu última chicotá desde la Catedral de Triana que te llevará a alcanzar el anhelo soñado por todo trianero.
Te espera la Esperanza. La compañera inseparable de tus sueños, será toda una realidad que podrás hasta acariciar con tus manos.
Sueña amigo, sueña con tu Virgen del alma y en tu despertar verás que no es un sueño porque ya estarás con ELLA.
Te queremos amigo y tú bien lo sabes. Nuestra pena por perderte, es la alegría de los que arriba te esperan para abrazarte.
Fernando, ya te la está vistiendo, para que la veas más guapa que nunca ¡que ganitas tenía la Señora de tenerte a su vera!
Dos ríos tiene Sevilla, uno, que desde siglos, la cruza de costada a costado atravesando su alma y otro que hoy mismo nació en Triana, sus aguas son nuestras lágrimas y su desembocadura no está en el mar, está en el Cielo y en ese rinconcito que también llaman Triana.
A mi amigo Íñigo Sopeña y a su desconsolada familia.

miércoles, 1 de abril de 2009


Padre Nuestro


Padre nuestro, que estás en el Cielo,

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.


ESPERANZA ¿POR QUÉ TE LO LLEVASTE?


Llorando viene la Virgen por Recaredo. Por sus sonrojadas mejillas resbalan lágrimas cristalinas que relucen como esmeraldas y amargan como los siete puñales que clavados en el corazón le rompen el alma.


La gracia se hace filigrana en los perfiles de la Reina de San Roque, sus sonrojadas mejillas parecen rosas esculpidas por los mismísimos ángeles, sus ojos entreabiertos, su mirada perdida, su rostro pálido y sus labios encarnados, en los que se adivinan cuatro sílabas que conforman la palabra más hermosa: ESPERANZA.


El palio de la Virgen de GRACIA Y ESPERANZA avanza hasta detenerse delante del portalón de la Hermandad de los Negritos. Suena una dulce melodía evocadora de una copla de Machín. Esos angelitos negros que soñaron ser pintados, se asoman al zaguán para recibir a la Señora.


Las delicadas manos de porcelana de la Dolorosa acarician la cara aterciopelada de un joven ángel que duerme en su regazo. Por ese mismo lugar y con sus rostros ocultos bajo el terciopelo de los antifaces habían pasado sus hermanos.


La temprana muerte lo había llamado junto a la ESPERANZA, los dos hermanos de este niño siguen vistiendo la túnica de San Roque en la certeza de que él vuelve a acompañarlos con la túnica que vieron colgada en el armario antes de salir de casa.


Un nuevo Domingo de Ramos la Virgen de Gracia y Esperanza hace realidad el sueño del encuentro. La tristeza de una madre desposeída del abrazo de un hijo, busca consuelo en la mirada de la Virgen. En el iris de sus ojos descubre dibujada la sonrisa de su niño.


La Virgen parecía ofrecerle su pañuelo de encaje para secar sus lágrimas, un suspiro surcaba el Cielo de Sevilla, la música sonaba a nana y ante todo en el aire de la Puerta Osario se respiraba una ESPERANZA.


De los labios de la mujer brotó un beso que quedó grabado en la cara del hijo de su alma. Se aleja el palio, los candelabros de cola ocultan por completo las velas rizadas y en el horizonte se pierde el verde manto. Pasa la Virgen con el niño entre sus brazos y para una madre quedarán para siempre la ESPERANZA y una pregunta sin respuesta ¿Por qué te lo llevaste?