lunes, 31 de marzo de 2008

Y llegó el Señor

A mi amigo Aguador de Sevilla
Y llegó el momento de los sueños revividos y de las certezas absolutas. Las silenciosa Campana enmudeció definitivamente, la brisa calló otorgando todo el protagonismo de la noche al Dios encarnado. Sevilla lo esperaba como nunca y como siempre. El murmullo penetrante de las almas terminó por reventar los tímpanos del desamor y de la dormida esperanza. De la oscuridad de la noche nació una Luz deslumbrante, los corazones aceleraron su ritmo vital y el dolor abandonó definitivamente los angustiados cuerpos.
Los doce meses de espera se hicieron cortos ante esos últimos segundos que nos mostrarían el esplendor del Dios de la vida. Por fin el portentoso milagro de la madera transustanciado en el Dios poderoso se hizo visible a los ojos de los hijos de Sevilla. Los cuerpos parecían asumidos en profundo éxtasis teresiano, por unos momentos trataban de elevarse del suelo para fundirse en la eternidad del Dios Terrenal y Celeste.
El Señor no llevaba la túnica lisa morada de pasadas Madrugadas. Llevaba consigo el mensaje de la Historia, del testimonio de los muchos cofrades que como Él no terminan de pasar. Hombres que se eternizan junto al Señor, cuyas almas quedaron para siempre fortalecidas en el descanso eterno de la Gloria. La túnica de los Cardos viene a recordarnos que el inexorable paso del tiempo se detiene cada Madrugá ante el Señor. Golpes secos de llamador anunciaban al Pueblo sevillano la presencia del Dios cercano. Un Dios que caminaba por las calles de Sevilla en la noche más hermosa, una noche que por tanto ser soñada cada año revive en el ser profundo de nuestra Ciudad.

Los que amaron al Señor y fueron llamados a participar de la Estación de Penitencia definitiva fueron testigos de excepción. Volvieron a asomarse a su privilegiado balcón de Cielo para rezarle al Dios verdadero. En el Cielo se escucha llamar a un capataz eterno, su fiel cuadrilla responde a su llamada elevando al Señor en suave levantá y una voz del pueblo grita con ímpetu desde arriba para acallar para siempre los malintencionados corrillos de la desmemoria.


“La fuerza del Señor no está en su zancada,

ni en el movimiento acompasado de una túnica morada.


Su fuerza está en la verdad de su mirada,

en el dolor profundo por una espina clavada,

en la incuestionable certeza de que un día dejó de ser de madera

para tomar vida en una Ciudad que lo venera”.

domingo, 30 de marzo de 2008

La tarde se rompió y la noche trató de olvidar

Transcurrían las horas de un Jueves Santo roto por la mitad, una jornada marcada por tres ausencias, tres hermandades que sufrieron la crueldad de una incesante lluvia que acabó con la ilusión de unos hermanos que no pudieron acompañar a sus Imágenes Titulares en el día señalado como grande en el oportuno calendario de la Sevilla cofrade. La lluvia cesó y la tarde nos regaló momentos de gran emoción que alcanzaron el punto álgido con la entrada en Campana de la Reina de Montesión a los sones de dos bellísimas composiciones: Virgen de los Negritos y Virgen de la Victoria en honor a las dos hermosas dolorosas del Jueves Santo cuyas ausencias marcaron enormemente el devenir de la jornada. Se hizo la noche y la Sevilla de la nostalgia y el romanticismo quedó prendada ante el conmovedor Misterio de la Quinta Angustia traspasando el alma misma de la Ciudad para retornar a San Pablo. La calma y el silencio embargaron por completo el marco incomparable de un Arco del Postigo expectante De repente de un balcón y de la profundidad de una garganta nació una vibrante saeta para el delirio de un público entregado a la fría noche de Sevilla y a sus encantos de recién estrenada Primavera.
En el ocaso del Jueves Santo y en el renacer de la Santa Madrugá pudimos contemplar con sublime admiración la trilogía perfecta de la Virgen del Valle que derramaba sus últimas lágrimas de Jueves Santo al compás de la más hermosa melodía que para toda una vida en un pentagrama se plasmaría. La Virgen del llanto inconsolable por unos minutos compartió la gloria de su música con la Virgen de la Merced. Las notas suspendidas en el aire acompasaron la excelencia de dos bellezas incuestionables que caminaban por Sevilla bajo la majestuosidad de dos palios embriagados de sevillanía. Jesús de la Pasión caminaba sin descanso para buscar la Plaza y el reencuentro emocionante con el hombre que a su vez fue su padre e hijo, el creador de sus formas y que pocas horas después no dudó en arrodillarse ante su Divinidad. Un rejuvenecido Salvador volvió a ver de frente al Jesús de la dulzura. La Cruz de Guía de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla se abría paso entre la estrechez de una calle confundida entre naranjos repletos de naciente azahar. Dos hileras de cirios suspendidos anunciaban la inminente presencia del Señor portador de la Cruz de nuestros pecados, una Cruz por siglos de historia cargada del revés. La memoria dormida de Sevilla despertó ante la Señora de los azahares concepcionistas. Una espada volvió a ser símbolo irrefutable de la defensa del más puro y verdadero dogma de María. La Virgen de la Concepción florecía ante el tupido velo de la noche que pocas horas antes terminó por cubrir la claridad del día.

miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Qué cómo es el Cielo? ¿Qué cara tiene la Virgen?


Por fin la Señora de Sevilla descendió del Camarín de Gloria que un día labró con sus propias manos un hombre de plata con un corazón de oro. Un sevillano de ley que estará exultante en ese rincón que Dios tiene reservado para los Hijos predilectos de Sevilla. Que poquito falta para que ese gran corazón que latió fuertemente por Sevilla vuelva a asomarse al balcón del Cielo junto a tantos hombres que amaron Sevilla y que dejaron lo mejor que llevaban dentro para regalarnos esta Ciudad eterna que perdurará para siempre en las justas memorias de sus gentes. Junto a él estará el enorme macareno Abelardo portador de las llaves que abren la puerta de la Gloria de los Cielos a los que se entregaron en cuerpo y alma a su Virgen Macarena. Una saeta brotará de la profundidad de una garganta macarena, una voz que ni ese duro trance de la dama oscura y misteriosa que nos sorprende con su guadaña traicionera y que nos separa en cuerpo de nuestros seres queridos, podrá silenciar. Doña Juana volverá a rezarle a su Virgencita de San Gil esa plegaria bellísima de profundo amor sincero. El Cielo se inundará por un mar de salves y oraciones macarenas. El color del Cielo por una noche dejará de ser el azul y pasará a ser verde, como el color con el que Sevilla define un sentimiento, una advocación y un deseo.
La Esperanza volvió a subirse a su trono de Reina, el noble metal se arrodilló ante su infinita belleza. Cuanto amor concentrado bajo un palio sublime de Esperanza. Cuantos corazones rotos por tanto fervor y cuantas ilusiones concentradas en un Barrio. Juan Manuel rozó la perfección con un palio del mismo color que la sangre derramada por un Hijo injustamente sentenciado.
El Atrio de los sueños macarenos rebosa júbilo ante la inminente presencia de la Esperanza. El largo viaje de la espera muy pronto se detendrá junto a un Arco, pórtico irrenunciable de ese otro viaje que durante una larga noche acercará a la Esperanza al otro lado de la Muralla. El verde manto de la Esperanza volverá a cubrirnos de nuestras miserias. Las penas y los sinsabores dejarán de embargarnos. Los hombres errantes encontrarán segura morada en su regazo de Madre. Sevilla volverá a ser testigo de la divinidad de la Madre de Dios que caminará con elegancia y sobre los pies a hombros de sus hijos costaleros.
Los más ilustres poetas que durmieron la paz eterna de una Sevilla inmortalizada en el tiempo compararon su belleza con las más hermosas flores.
¡Madre Mía no existe flor que compararse contigo pudiera, porque Tú eres la Reina del Cielo, la Madre de los Macarenos, la dueña de los corazones de Sevilla y la Flor más hermosa que cada primavera florece en el jardín de este trocito de Gloria que suspira por verte de cerca en esa única Madrugá donde los sueños se convierten en realidad!

Una fría tarde de diciembre me preguntó mi pequeña niña ¿Papá como es el Cielo? ¿Es guapa la Virgen? ¿Qué cara tiene? Me quedé paralizado por unos minutos, no encontraba la certeza en una respuesta que su niñez pudiese asumir. Esa misma noche tomé de la mano a mi pequeña flor de tres años, traspasando el tupido velo que terminó por cubrir totalmente la claridad del día, caminé junto a ella y traspasando el umbral que separa la Sevilla terrenal de la Sevilla Celeste me acerqué a mi otra Flor y Madre, parecía que nos estaba esperando, lucía más hermosa que nunca y por fin en su cara divina encontró respuesta mi princesita. Me miró a los ojos y yo sólo pude contestarle si hija esa es la cara de la Virgen y este es el Cielo.