miércoles, 24 de diciembre de 2008

Tú eres la Verdad

Volverá a repetirse la Concordia con los nazarenos hijos de Tu Madre, La Centuria Romana Macarena desfilará hasta San Lorenzo para rendirte honores, se marchitarán los rojos claveles que besan Tus pies sobre el canasto de Tu paso, se consumirá la cera llorando sobre las velas, oscurecerán los cuatro faroles de las esquinas de Tu canastilla, morirá la noche y de sus entrañas nacerá la claridad de un nuevo día, despertarán los pajarillos que madrugan para cantarte cada amanecer. Se abrirán de nuevo los balcones que apuntan a las entrañas mismas de Sevilla, pasarán por pares los nazarenos de negro ruan con cirios color tinieblas, pasarán las insignias del cortejo, bajarán las cruces de penitentes al pisar el suelo de la Basílica con sus pies descalzos, arriará la parihuela, despertarán las dormidas almas de Sevilla, retornarán los pellizcos a los corazones, el murmullo de la Plaza quedará roto ante los silencios penetrantes de la Madrugada, regresarán los diálogos de la gente entre emociones contenidas y lágrimas, reaparecerán siglos de miradas hacia el Portentoso Milagro de nuestra existencia, pasarán los ángeles que Te acompañan, pero Tú, Dios Mío, permanecerás en nuestras vidas y nunca pasarás de largo. Tú no eres de madera, Tú eres Cuerpo y Sangre de Salvación. Todo se acaba en esta vida, menos Tú, Rey de Judea.

No encuentro palabras para alabarte, ni versos exactos que rimen en justicia con el amor que esparces, ni oraciones para rezarte. Perdóname Padre Mío, pero ante Ti el mundo se detiene y mi mente se paraliza. Tú eres el pan nuestro de cada día, el aire que respiramos, la sangre que corre por nuestras venas y tuyo es el corazón que late bajo nuestros pechos. En Tu ausencia nuestras vidas carecen de sentido. Tú eres la mayor Verdad de este Mundo.

Quisiera clavar sobre mí frente las espinas que Te atormentan, ser Tu cirineo para aliviar el duro peso de la Cruz que cargas sobre Tus espaldas por nuestras miserias. En el poder de Tu mirada encuentro la fuerza que me hace seguir en el camino. En Tus manos la caricia que me hace levantar en mis caídas, en Tus pies el milagro del esfuerzo sobrehumano del Hijo del Hombre y en Tu zancada la certeza del Dios que nos espera al final de nuestros pasos.

Dios mío no me abandones nunca. Mis pasos son torpes cuando ando lejos de Ti, perdona si Te ofendí o me alejé del sendero que Tú me marcaste en la pila del bautismo. Tantas veces que mis hermanos me abandonaron, Tú te acordaste de mí y acudiste a mi rescate. Cada vez que la ceguera no me dejó ver al otro lado del río, en Ti encontré la verdadera Luz de Dios. En Tus ojos encuentro la certera respuesta a todas mis dudas.

Te seguiré amando hasta el día que el capataz Eterno llame al martillo para que me una a Su cuadrilla de costaleros. No dudes Rey de Reyes que lo dejaré todo para cumplir la voluntad del Padre y unirme a Tu Santo Reino. Incluso, Dios Mío, después de la muerte seguiré amándote con todas mis fuerzas. Todavía no había nacido de mi madre cuando empecé a quererte. La primera vez que contemplé la perfección de Tu rostro o descubrí en Tu mirada la profundidad de Dios, no descubrí nada nuevo. En mis sueños de niño pude ver con claridad lo mismo que puedo contemplar cada vez que voy a visitarte. En esos sueños de infancia, Te adelantaste, y fuiste a mi encuentro.

Ante Ti, Señor de las Espinas, fui temeroso de Dios y al mismo tiempo encontré el amor verdadero. Cada beso en Tu Sagrado Talón es un beso en la mejilla de los hermanos que se nos adelantaron en el último viaje, un último viaje que nos llevará a abrazarte por todos los Siglos. Junto a Ti Señor, no habrá tristeza, ni lágrimas que derramar, ni dolor, ni pena, ni odios, ni rencillas, ni guerra. Junto a Ti Señor habrá descanso eterno, paz y amor.

Un hombre agonizaba y sobre su envejecido rostro se dibujaba una sonrisa jamás entendida. Una pequeña luz encendida en su mirada que se apagaba muy lentamente. Se acercaba la hora y la sonrisa permanecía intacta e inamovible. Ningún gesto de rabia, ninguna lágrima que resbalara sobre los caudales de los surcos de sus mejillas. El candil de su vida se oscurecía, sus arrugadas manos resbalaban sobre la sábana de seda que cubría su cuerpo vencido. Sus hijos y su mujer trataban de disimular el llanto ante su último aliento. Los párpados se cerraban por completo, apretaba sus labios por última vez, su corazón se paraba y sobre su cara pálida y azul seguía dibujada la misma sonrisa. Ese viejo hombre empezaba a ver Luz al final del túnel. Entre las sombras de la oscuridad comenzaba a adivinar el Rostro de Dios. Lejos de resignarse ante el calvario de su muerte trataba con ímpetu de aferrarse a la vida, a la vida junto al Señor.

A los que amaron al Señor y durmieron en su Gloria. Esta Noche las lágrimas de sus ojos besarán los pies descalzos del Niño que nacerá en nuestros corazones. Para ellos existe en el Cielo una Plaza y un balcón donde asormarse cada Madrugá.
A mis amigos y maestros Paco Robles y Víctor García Rayo.

Mi Niño Jesús Nacerá Roto


Mi Niño Jesús Nacerá Roto

Esta noche volverán a encontrarse dos sentimientos profundos y sinceros: la alegría por vernos todos juntos de nuevo, señal de que los años pasan y el amor permanece y al tiempo será una noche de ausencias y de recuerdos por nuestros queridos familiares y amigos que se nos adelantaron en el último viaje de la vida para alcanzar la Gloria compartida con Dios.
Desgraciadamente no todos podremos participar de una misma Fiesta. Son muchos nuestros hermanos que lejos de sentirse dichosos, sufrirán un nuevo pellizco en sus corazones, recordarán que la felicidad fue plato del pasado y que el fruto del presente es manjar muy amargo para sus dolidos corazones.
Esta noche oí llorar a un niño, su llanto era inconsolable. Su vida se agotaba en cada lágrima derramada sobre su tierno rostro de ángel. Su cuerpecito se consumía por la hambruna, sus ojos se cerraban, sus pequeños pies apenas se movían, las manitas arrugadas caían inertes sobre su triste lecho de muerte. Impotente fuí testigo de la tristeza de ese quebrado corazón. Sabía que ese dolor era lejano en la distancia, llegaba desde otro rincón del Planeta, desde un lugar donde hablan otra lengua. No podía hacer nada por ese débil y pequeño hermano desvalido que se desvanecía entre sollozos. Los sonidos de su ronca garganta penetraban en mi corazón como sables afilados. Su alma se elevaba para encontrar la ternura de Dios y su joven existencia se apagaba por completo. Su eterno silencio perforó los tímpanos de la desesperación.
Para mí ya no existe Fiesta que celebrar. Mientras un solo niño sufra en este Mundo para mi no habrá una Navidad plena. Mi Niño Jesús nace roto, su mirada es triste y su corazón late lento. Porque hermanos míos ese Niño que nace esta Noche, no es otro que aquél niño que escuché llorar.

Nuestro Niño Jesús está muy vivo y vive entre nosotros. No tiene nada en esta vida, su único tesoro es su pobreza. A diario lo vemos tirado en nuestras calles y no le dedicamos una moneda, un gesto o una sonrisa.

Nuestra ceguera nos impide reconocer en esos ojos hundidos de un tierno niño la profunda y penetrante mirada de Dios. Pocas horas faltan para que ese Niño nazca en nuestros corazones y con nuestro egoísmo empezamos a cargarlo con el duro peso de la Cruz.

Nuestro Niño se consumirá entre lágrimas, perecerá atrapado por una bala perdida en una injusta guerra o su cuerpo de ángel descenderá a las profundidades del mar ante los ojos llorosos de una madre que tratará de alcanzarlo con sus manos.
En la felicidad de un niño veremos reflejada la sonrisa del Niño que a punto está de nacer y en sus lágrimas el Calvario de Cristo en su Amargura.
Noche de sentimientos contrapuestos. El Niño de Dios no nacerá por igual para todos los hombres. Para algunos son tan profundas las heridas de la miseria que ni si quiera pensaron en desocupar un lugar en sus corazones para recibir al Hijo de María.
Noche de recuerdos y añoranzas. En nuestros teléfonos dejarán de sonar las llamadas de los que se marcharon, nuestros corazones con justicia volverán a recordar que fueron parte de nuestras vidas. En el salón de nuestras casas no volverán a sonar tan ansiadas llamadas, pero en nuestros corazones sonarán y con más fuerza que nunca.

Mi Niño Jesús nacerá roto y las espinas de su amargura me romperán el corazón.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Y Llegará el Día de la Esperanza

Cada día sueño con Ella, con sus preciosos ojos, con su dulce mirada, con sus labios de miel, con sus sonrojadas mejillas, con el encanto de su sonrisa, con la profundidad de su pena, con la amargura de sus lágrimas, con su inigualable belleza...
Y Sevilla seguirá preguntándose a si misma ¿Quién hizo a la Macarena? La Esperanza no fue obra humana. Los pinceles celestiales dibujaron las más hermosas formas soñadas sobre un lienzo de verde terciopelo y fueron los ángeles quienes la tomaron del brazo para bajarla hasta su trono de Reina. No fueron manos humanas, fueron las manos de Dios las que hicieron a la Macarena. Hay sonrisas tan perfectas que jamás podrán ser perfiladas y formas tan sublimes que nunca llegarán a ser esculpidas, son tan inalcanzables que únicamente podrán ser soñadas con los ojos del alma. Sólo Dios pudo plasmar tanta gracia en el rostro de una Mujer.
La Esperanza nunca caminó sola por Sevilla. A su paso lo llena todo, no queda lugar ni para un alfiler de su toca. A su paso se hace el silencio, un silencio roto por una marcha que atraviesa el alma: Esperanza Macarena. Camina con elegancia la Virgen sobre los pies, el más leve golpe de cintura y el mínimo movimiento en los varales y Ella siempre de frente, suena el trío de la marcha y un hondo pellizco en los corazones, excelsas notas para la más bella Azucena. De repente rompe la música por Pasa LA Macarena, unas primeras notas de pentagrama rotas por una sentida salve de aplausos, la profundidad de un pentagrama que llora notas de fina pedrería. Ecos de verde Cielo perforan los tímpanos de los corazones macarenos. Suena para Ella y para Sevilla el Himno de una Coronación, marcha triunfal, entusiasta y sentida, perfecta radiografía del sentir de un Barrio y del amor a su Madre Soberana. La Virgen se pierde en el horizonte profundo con sones fúnebres de Cebrián. Sevilla empieza a añorarla. Acaba de pasar y todo parecía un sueño. Gloria in Excelsis et in Terra. El Mundo se detiene al pasar La Macarena. Ni la brisa del aire respira, las estrellas amagan con bajar del Cielo y ser sus costaleras y la Luna para ser nazarena cercana a su rojo palio. Pasa La Macarena y llora Sevilla.
Se acerca la hora de la Esperanza. El gran macareno Abelardo abrirá la cancela y por sus puertas penetrarán miles de almas dormidas que despertarán de su profundo sueño macareno para concentrar sus vidas en el Atrio, pórtico irrenunciable de los más hermosos anhelos macarenos, Doña Juana volverá a asomarse a un pequeño balcón de la Basílica para acariciar el palio de su Virgen de San Gil. La Esperanza descenderá del Camarín del Gozo que labrara con sus propias manos un hombre de plata. A su vera, el Hijo de su Alma será justamente sentenciado a ser amado por todos los siglos por el Pueblo de Sevilla.
Los Emperadores romanos, Adriano, Trajano y Julio César, claudicarán ante la fuerza de las invencibles lanzas del amor a la Virgen y sus ejércitos derrotados se arrodillarán ante Ella. Una Centuria de “Armaos” con su capitán “El Pelao” al frente desfilará en honor a la Señora y en honra del triunfo de su amor. Las Murallas de Híspalis fortalecidas darán refugio a la Reina de Sevilla.
Volverá a abrirse aquella ventanita de la calle de la Feria, tras ella, asomará de nuevo la niña triste y enferma. De sus pequeños ojos brillantes brotarán finas lágrimas de cristal que resbalarán sobre su carita aterciopelada. Sobre su rostro de ángel volverá a dibujarse una sonrisa perdida. Pasará la Macarena y con su verde manto cubrirá su menudito cuerpo de niña y tras Ella morirá la pena. Las rejas dejarán de ser su cárcel y la enfermedad las celdas de su condena.
Aquella mujer que con temblorosas manos te escribió una saeta, líneas de seda emborronadas por lágrimas derramadas sobre unos versos enamorados de Ti Macarena, jamás pudo salir al balcón para cantarte lo que el corazón le dictaba. Su voz se apagó para siempre para hacer reales tantos sueños junto a Ti Macarena. Pronto abrirá sus ojos para que vuelvas a pasar ante ella y esta vez si que te cantará a Ti Macarena.
Sor Ángela despertará de su leve sueño para traspasar el claustro del Convento y pararse junto al portalón. Su voz será una más entre un coro de novicias. Cantará junto a sus Hijas abrazadas al árbol de la Cruz la Salve Regina a la Señora de Sevilla. Perderemos el palio de nuestras vistas y para siempre nos quedará la Esperanza.
Replicarán las campanas del Salvador, de la Giralda llorarán azucenas, Joselito el Gallo besará su retrato antes del último paseo por el Coso de la Maestranza. Murillo y Ribera la pintarán de Inmaculada, Velázquez dibujará el búcaro que calme la sed de su eterna cuadrilla de costaleros. Bécquer le dedicará las más hermosas rimas en los márgenes de sus libros de cuentas, Mañara verá pasar con embelezo el cortejo de la vida, Juan de Mesa contemplará con admiración la belleza de la Madre del protagonista de sus sueños. Los mismos ángeles que acompañaron a LA MACARENA hasta San Gil fueron los que guiaron las manos del maestro cuando creó las formas exactas de DIOS. Arriará la parihuela, revirará a los ojos de Dios y Manolo Santiago y sus hombres levantarán el faldón de su palio para iniciar el último relevo.
Cinco nazarenos de negro que descansan el sueño eterno junto al SEÑOR DE SEVILLA regresarán de la GLORIA, sus pies descalzos iniciarán el camino desde San Lorenzo y sus rodillas quedarán clavadas sobre una verde alfombra a los pies de la SEÑORA. Por última vez solicitarán "LA VENIA", símbolo de una "CONCORDIA" de siglos. Un ritual que se repite cada año, horas después de que la CENTURIA MACARENA rinda pleitesía y respeto al REY DE REYES. Bien saben sus entregados corazones que "ETERNAMENTE CONCEDIDA ESTÁ LA VENIA".
Que no nos falte nunca la Esperanza.
"A la Reina de los Azahares Renacentistas"

domingo, 14 de diciembre de 2008

"Viejas Historias de San Lorenzo" -A Aguaó de Sevilla y a su Padre-

Se echa la tarde en San Vicente, de entre los príncipes naranjos de Sevilla se adivinan las primeras florecillas de blanquecino azahar, los indicios de una nueva primavera empiezan a tomar cuerpo entre las viejas ramas de hileras de árboles a uno y otro lado de la calle, empieza a oscurecer por Torneo, los faroles iluminan tenuemente la espesa negrura que cubre la Ciudad con su tupido velo aterciopelado. El viejo Manuel tras despedirse de sus amigos de toda la vida inicia el camino que lo devolverá a su Barrio y a la Plaza de las Plazas. Sus cansadas piernas a penas le permiten dar once o doce pasos antes de detenerse para tomar aliento y volver al camino. Sutilmente acaricia el portalón de la Parroquia de San Vicente y se santigua ante el azulejo de Jesús de las Penas.

Abstraído y con la mirada perdida en sueños y recuerdos prosigue su ruta. San Vicente, Baños, Miguel del Cid, Pascual de Gayangos, Martínez Montañés y por fin la Plaza de San Lorenzo. Al levantar la cabeza y descubrir tras los árboles y la estatua del maestro Juan de Mesa las puertas de la Basílica, de sus ojos comienza a brotar un manantial de lágrimas que terminan por empapar su azul chaqueta, nervioso y presuroso toma del bolsillo superior de la prenda un blanco pañuelo para secarse la cara y disimular el incesante llanto que embargaba su arrugada y blanquecina piel. Tras el lamento, un suspiro y la mirada clavada en lo más alto. Inexplicablemente Manuel lloraba sin consuelo al detenerse ante el portalón de su casa. Algún triste pensamiento rondaba su cabeza. Tras unos minutos apaciguando el temporal consigue el valor suficiente para atravesar la alfombra de la entrada y subir despacio, muy despacio las escaleras que lo llevarían al zaguán de su casa. Con manos temblorosas y tras varios intentos consigue atinar y abrir la puerta de par en par, al llegar al saloncito descubre a su nieto Rafael que lo esperaba como cada noche para recibir sobre su frente la caricia de los labios de su abuelo.

Manuel tembloroso y con el rostro desencajado, cuelga el sombrero en la entrada y apoya su chaqueta sobre el respaldo de un viejo sillón.
“¿Abuelo te ocurre algo?”, tras unos primeros segundos entre sollozos y balbuceos, a regañadientes, frunciendo el ceño y apenas siendo entendido por los presentes, acierta a decir “Rafaelillo este año no”.
Su nieto incapaz de descifrar el breve, escueto y rotundo mensaje del abuelo, replica con un “este año no ¿qué abuelo?".
Las lágrimas vuelven al rostro del abuelo y por contagio espontáneo a Rafael y a María, la abuela que observa la escena en sepulcral silencio.
“Este año no Rafaelillo, ya no tengo fuerzas, este año no podré acompañar al Señor en la Santa Madrugada”

El nieto, inseparable escudero junto a su padre, de su abuelo en el mínimo trayecto que los acercaba cada Madrugá hasta la Basílica, asumido por la emoción del momento termina fundiéndose en caluroso abrazo con el abuelo. María trata de cubrirse los ojos con ambas manos y sobre sus frágiles dedos aterciopelados se deja entrever un ramillete de lágrimas de cristal que brotan de sus rojizos ojos empañados. María y su nieto no encuentran palabras de consuelo para aliviar la tristeza del abuelo.

Su desgastado corazón se hacía fuerte cada Madrugá cuando caminaba a paso racheao y portando cirio como una de las últimas parejas nombradas del Señor. Cada golpe rotundo de llamador retumbaba en la profundidad de sus entrañas, a cada paso que daba sentía sobre su espalda el aliento del Señor. Milagrosamente elevaba el cirio sobre el atril de esparto y seguía su camino. No necesitaba volverse para ver el verdadero rostro de Dios, Divino rostro que llevaba esculpido en el alma, la fuerza de su espíritu tiraba del cansado cuerpo. Debajo del antifaz suspendía una medalla centenaria y en su mano izquierda el rosario que recibió como el mejor legado de las manos de su madre en el lecho de su último sueño.
Se hace tarde para el joven Rafael que besa a sus abuelos y se despide de ellos para volver a casa con sus padres que lo esperan asomados a un balcón de la cercana calle Conde de Barajas.

Cada día de Cuaresma Rafaelillo repetía la misma pregunta al viejo Manuel “¿abuelo estás seguro?”, a la que siempre seguía una misma réplica “querido niño, ya quisiera yo acompañar al Señor los pocos años que me quedan hasta que me lleve junto a Él, las fuerzas me han abandonado y a penas puedo dar tres pasos”.

Llega el Domingo de Ramos y Manuel se levanta con gran entusiasmo, una leve sonrisa se dibuja en su arrugada cara, María toma con suave tacto la mano de su esposo y le pregunta “¿qué pasa Manuel, te has levantado hoy con el pie derecho?” “María de mis entrañas todavía estás así, arréglate mi arma que en media hora no se cabe en la Plaza”. Manuel y María salen presurosos de su lecho para bajar a la Plaza y plantarse delante de la Casa de Dios. Manuel llega acelerado y con rictus severo, basta un golpe de vista hacia el Señor para que le cambie el semblante, María asiste al envite con emoción contenida, sorprendida y no menos confundida. Tras la misa, Manuel y María suben las escalerillas para besar el Sagrado Talón del que Todo lo Puede, las lágrimas vuelven al rostro de Manuel, bien sabe Dios que esas lágrimas son distintas, no tienen nada que ver con las derramadas hace a penas seis semanas delante del pobre Rafaelillo.

Llega el almuerzo y Rafaelillo insiste en lo mismo “Abuelo querido, ¿te lo has pensado bien?” “recuerda que quedan cuatro días”, Manuel atiende a las palabras de su nieto con los ojos luminosos, María que lo conoce como si lo hubiese parío vuelve su vista hacia un viejo armario, tras sus carcomidas puertas cuelga la túnica de su marido. El Abuelo juega al despiste frotándose las manos y perdiendo la mirada no se sabe donde, Rafael que conoce a su Padre como a la palma de su mano hace un quite por verónica para liberarlo del interrogatorio del incansable Rafaelillo. Rafael y su Madre tienen clara la decisión del abuelo, pero no quieren arrancarle la promesa que el nieto espera con anhelo (volver a acompañarlos en la noche de los silencios penetrantes de Sevilla). Rafaelillo queda resignado a ver al Abuelo asomado al balcón descubriendo entre la densa humareda de incienso el rostro del Divino Cisquero. Para él un nueva Madrugá junto al abuelo no dejaba de ser una mera quimera, una ilusión, un sueño….

María con astucia aprovecha la primera salida del abuelo en la mañana del Lunes Santo para descolgar la túnica y darle el debido trato para que luzca reluciente para la ocasión señalada. Una vez cumplidas las visitas de rigor a los templos cercanos que preparaban la inminente salida procesional de sus hermandades, Penas de San Vicente, Museo y Veracruz, Manuel vuelve a casa, sin encontrar a su paso el mínimo indicio de una laboriosa mañana de María para dejar en su punto y con sumo cuidado la oscura prenda nazarena de su marido.

Llega el Miércoles Santo por la tarde y siguiendo una tradición familiar cumplida año tras año ininterrumpidamente desde tiempos mozos del padre de Manuel, las túnicas de Rafael y Rafaelillo descansaban sobre el sillón de la casa de los abuelos, en dos sillas de enea próximas, los correspondientes cinturones de esparto y a los pies de la mesa de camilla las sandalias con pares de calcetines color negro, sobre el cristal de la mesa tres medallas de la Hermandad, las mismas que un día portaron el bisabuelo Manuel y sus hijos Manolo y Rafael.

Mañana de Jueves Santo en San Lorenzo, mañana de emociones, encuentros y abrazos. Tras la tempranera misa, Manuel llama a cabildo de urgencia al resto de la familia. Acuden presurosos Rafael su esposa Josefina y un nerviosísimo Rafaelillo que no paraba de andar de un lado para otro, sin tregua ni descanso. Manuel bebe de un vaso de cristal antes de iniciar unas palabras, la tensión puede cortarse con un cuchillo de fina hoja, la sala se embarga de un silencio maestrante, roto únicamente por el murmullo de la Plaza.
“queridos míos, como todos sabéis en la antesala de la Cuaresma y tras meditarlo a conciencia tomé la decisión de dejar de vestir la túnica de nazareno de nuestra Hermandad”
“ha sido difícil para mí terminar una tradición que he cumplido cada año desde la primera vez que acompañé a mi padre a San Lorenzo para realizar mi primera Estación Penitencial junto al Señor y su Madre”.


La tensión de la escena crece por momentos, Manuel vuelve a coger el vaso para tomar un nuevo trago y continuar con su exposición de motivos “cada día que ha pasado desde entonces he tenido más claro que ese momento tan especial no volvería a repetirse”. Volviendo la mirada hacia el nieto, prosiguió en su discurso “querido nieto cada tarde e infructuosamente has tratado de convencerme para que te acompañe, aún siendo por última vez” “no dudes mi niño que se me rompía el alma al contemplar como la tristeza se dibujaba en tus ojos brillantes”.

Después de una breve pausa y tras secarse el sudor que resbalaba por su frente terminó su discurso con dos nuevas parrafadas:
“A medida que se acercaba la hora del Señor he tenido más evidente que mi lugar está junto a Él, no quería evidenciar muestras claras de mi repentino cambio de opinión, lejos de ocultar mi decisión, no quería ilusionarme e ilusionaros para finalmente descubrir que las fuerzas me han abandonado por completo y que no existía la mínima posibilidad de cumplir mi palabra”.
Una última mirada hacia María, su esposa “querida María, compañera mía, el día que me faltes me faltará todo, como repites tantas veces –te conozco como si te hubiese parío- de igual forma puedo hablar de ti. Desbordas generosidad, nunca escuché de tus labios un –no- por respuesta, de ti jamás oí un –mío-, siempre es -un nuestro-, ¿habrás percibido que estas últimas noches a penas he podido conciliar el sueño y que me levantaba de la cama a cada instante con cuidado para no despertarte?, cada una de esas noches cruzaba sigilosamente el pasillo para llegar a la salita y abrir la puerta del armario para descubrir detrás de sus puertas la túnica que con el cariño de la mejor esposa me habías preparado. Esa bondad que esparces con tus buenas acciones llega incluso a abrumarme al no encontrar detalle, gesto o palabra que pudiese agradecer en su justa medida todo lo que has podido hacer por todos nosotros”.

Una felicidad contagiosa se adueñó de la pequeña salita, Rafael y Rafaelillo corrieron presurosos para besar al abuelo y terminar fundidos en un interminable abrazo con la dulce y generosa María. María no tardó ni un segundo en dirigirse al viejo armario para descolgar la túnica y situarla junto a las de Rafael y su nieto, el inocente chiquillo no había caído en la cuenta de que entre su túnica y la de su padre existía el espacio necesario para la del abuelo. No eran momentos para pensar en otra cosa que no fuese la gran Noche de Sevilla.



Y llegó para Sevilla la Noche que tocaba soñar con los ojos muy abiertos, Rafael, Rafaelillo y un más joven que nunca Manuel rezaron un Padre Nuestro y un Ave María delante del retrato del bisabuelo, era una forma muy especial de sentirse acompañados por quien inició esta hermosa tradición familiar. María no quedó sola en la casa, un año más permaneció muy bien acompañada por su nuera Josefina, no pasó Madrugá que no la tuviese a su vera. Josefina era la esposa de su único hijo, la madre de su nieto y algo más, Josefina para ella era como la hija que soñó tener y que jamás pudo engendrar en sus entrañas. María para Josefina era la prolongación de esa madre que el amargo destino apartó de su lado cuando apenas empezaba a descubrir la crudeza de la vida.

En un lugar muy cercano Rafaelillo trataba de adivinar entre una nube de capirotes los ojos del abuelo. El silencio penetrante de la Plaza enmudeció ante el sonido rotundo de un cerrojo, de par en par se abrieron para Sevilla las puertas de la Gloria, la Cruz de Guía de los símbolos pasionales avanzaba atravesando el alma espiritual de Sevilla, tras ella caminaba sin descanso una comitiva de túnicas de ruán, de repente ciriales por pares se cuadraban delante del portalón, las paredes de la Basílica temblaban a golpe de llamador, Dios se elevaba sobre sus hijos ataviados de negra túnica e iniciaba la primera chicotá de la Madrugá. El portentoso milagro de la madera encarnado en el Dios de las Alturas hacia acto de presencia ante una nube de incienso que a penas permitía percibir la dulzura de su rostro. A cada paso del Señor los fieles sentían sobre sus cuerpos escalofríos como tímpanos de hielo, los corazones aceleraban su latido, una paz espiritual se esparcía por rincones, aceras y balcones. Sobre las paredes de la cercana Parroquia de San Lorenzo, vieja Morada del Señor, se dibujaba su hermosa silueta, cada paso del Señor era correspondido por emociones contenidas. Rezos, plegarias, oraciones, promesas, recuerdos y añoranzas.

Muy cerca del Señor, Manuel se sentía liberado de la cárcel de sus muchas dolencias, volvía a recobrar la juventud, sus manos dejaron de temblar y sus pasos decididos lo acercaban a su Dios. El Señor avanzaba alargando la zancada, lluvia de saetas desde los balcones y como siempre y sin faltarles las fuerzas, caminaban las inquebrantables y fieles devotas del Gran Poder, abuelas de Sevilla. Se perdía la Figura del Señor en el horizonte, hombres, mujeres, jóvenes y mayores secaban sus lágrimas y la comitiva de nazarenos continuaba abandonando la Basílica para iniciar la Estación de Penitencia hacia la Catedral de Sevilla. Los pocos hermanos que permanecían en la Basílica se estremecían ante el llamador que golpeaba con rotundidad sobre el palio de la Madre de Dios. La Virgen del Mayor y Traspaso caminaba bajo el exquisito palio Juanmanuelino, una de las grandes joyas de la Semana Santa Hispalense, a veces poco reconocido por quienes no ven más allá del Señor. No llegan a entender que la grandeza de Dios no es completa sin la cercana presencia de su Madre. Pequeña, frágil y hermosa inicia el camino de su particular Camino de la Amargura tras el Señor. La Bella Azucena de Sevilla tiene el don de cautivarte a primer golpe de vista. Sobre su carita inclinada se dibujan hermosos perfiles que representan con exactitud la hermosura interior de la Madre de Nuestro Señor. María y Josefina desde privilegiado balcón tratan de adivinar a los tres hermanos del Gran Poder que horas antes y tras besarlas habían cruzado la Plaza para cumplir con la promesa del bisabuelo. Por delante queda una noche de desvelos, un desvelo que despertará al canto de los vencejos, esos mismos que cada amanecer despiertan al Señor de Sevilla.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Réquiem por un costalero de Triana

Tarde de primavera, tarde triste de Triana. Una calma tensa se apoderó por momentos de las calles del Barrio. Tocaba ensayo para la cuadrilla de costaleros del palio de la Reina de Triana. A la hora prevista, ninguna premisa hacia presagiar nada bueno, mucha tristeza en los rostros conocidos, ausencia de costaleros, capataces, componentes de Junta de Gobierno y de hermanos habituales en los ensayos. Lo que sería una tarde noche de sonidos de la Madrugá y de rachear de alpargatas de costaleros que se preparaban para la gran noche, se tornó en silencios y murmullos. Tratábamos de buscar respuesta a tanta tristeza y dolor. Para nuestra pena, un corazón grande de Triana se paraba para siempre. Un joven amigo costalero dejó su barrio de Triana para iniciar el viaje hacia el encuentro con su Estrella y su Esperanza. Su alma de niño bajo un cuerpo de hombre se elevó a lo más alto llamado por el martillo del Divino Capataz.
Esa tarde no pudimos intercambiar palabra alguna, ese habitual saludo del leve golpe sobre la espalda, ese “¿cómo va la cosa?” “¿qué como va?, como va a ir, de lujo como siempre, que poquito queda para que Sevilla se ponga en pie con la Señora”. En ese instante todo terminó y todo empezó de nuevo. Por un momento la amistad se hizo recuerdo y con el paso de los años, memoria justa y agradecida. Soleadas tardes del Copero, charlas en el patio del Bécquer, los encuentros de los sábados por la mañana, partidos de fútbol en los Salesianos y sobre todo cuando nos parábamos a hablar de cofradías y todo lo demás sobraba. El gran corazón dejó de latir bajo el pecho de una buena persona, de un costalero de ley, de un joven alegre, entusiasta y bondadoso. Se marchó de esta vida en silencio, como siempre, sin hacer ruido, sin quejarse, sin causar la mínima molestia, derrochando amor y con esa sonrisa perenne que siempre se dibujaba en su cara.


Han pasado muchos años, y como verás querido Juan, no sólo no te olvidamos sino que cada día nos acordamos más de ti. Aquel Domingo de Ramos, Nuestro Cristo de las Penas llegó a San Jacinto y entró en la Capilla a sones de Réquiem por Juan Vizcaya, capataz grande que duerme junto a ti y a otros tantos costaleros y capataces de nuestro Barrio el sueño eterno en el Cielo de Triana. La Virgen de la Estrella, llorando más que nunca, terminaba la más triste noche de Domingo de Ramos al son de Hermanos Costaleros. Hermanos Costaleros por ti amigo Juan, por tu generosidad y por ese amor tan grande que desbordabas cada Domingo de Ramos cuando paseabas a la Señora de la calle San Jacinto como ella se merece. Como justo homenaje, tú lugar en el palio quedó vacío esa tarde-noche de llantos y emociones. Vacío, pero lleno, lleno con tu recuerdo. Noche de Estrella Sublime en San Jacinto y noche de Amarguras en las entrañas del Barrio que vio partir hacia el infinito Celeste al niño de su alma.
“Por Dios que pare la música, no veis que va dormido bajo el palio de su Madre”, “Capataz, no llames al martillo, que el jamás volverá a contestar a tu llamada”. Noche triste de Triana, Juan subió al Cielo y atrás quedaron sueños revividos junto a su Estrella de Triana. Que pena y que alivio Juan, tus padres ya están contigo. Pena por tanto sufrimiento por la más irreparable ausencia y que alivio porque ahora te tendrán para siempre y podrán decirte tantas cosas que no te pudieron contar. No sabes Juan, el pellizco que siento cada vez que suena un martillo en San Jacinto o en Pureza y algo me dice, que entre los costaleros estás tú. Parece todo un mal sueño que despierta a la más deseada realidad.

domingo, 23 de noviembre de 2008

A Manolo Barrón

Nuestras vidas son como ríos, los días pasan como el agua que recorre su caudal y finalmente terminan en la muerte como el río encuentra su punto y final al desembocar en el mar. Las personas pasan con mayor o menor pena por este Mundo. Según sus acciones los valoraremos, estarán presentes en el recuerdo y permanecerán para siempre en nuestras memorias o quedarán en el olvido. Como el río que a pesar de ir a morir al mar, sus aguas se renuevan y no termina de morir, nuestras vidas encuentran en la muerte un paso más en la larga cadena de la vida. El mar al fin es una etapa más en la vida del río, como la muerte del hombre es un estado transitorio que nos llevará a través de un oscuro túnel a encontrar la verdadera Luz de Dios, motivo esencial de nuestra existencia.
En esta vida nos encontramos ante un crisol de caracteres, de actitudes y de sentimientos. Unas personas pasan sin pena ni gloria, no pudieron o quisieron saborear los buenos momentos o guardaron para si mismos todo lo bueno que se encontraron en el camino.
Por suerte nos encontramos con personas desprendidas, generosas y entregadas a sus semejantes que nos hacen más fácil la convivencia, saborear los dulces tragos del destino e incluso con su cariño nos ayudan a superar el dolor en nuestra amargura.

Manolo guarda bajo su pecho un corazón grande, fuerte y generoso, es un hombre que transmite ilusión y ganas por luchar ante la adversidad. Es fiel a sus ideas, defendiéndolas a capa y espada. Nadie lo hace comulgar con ruedas de molino. Es firme en sus creencias, es inquebrantable en su amistad, un padre y un marido ejemplar. Un hombre abnegado y bondadoso.
El sabio Maestro Eterno vuelve a separarnos de uno de los mejores.
A punto de iniciar la última chicotá de su vida desde la Catedral de Triana, el paso de su vida arriará por penúltima vez a las plantas de su Virgen Morena y de ese Cristo al que nunca jamás volverá a besar sus pies. En Él encontró la fuerza suficiente para cargar la Cruz de su enfermedad y fue Jesús su Cirineo, el mismo que Cayó por tres veces en el suelo de Triana levantó para ayudar a su hijo en su particular camino hacia el Calvario de la vida. ¿Recuerdas Manolo cuántas veces hablamos del arte de nuestro amigo Javi al vestir a la Virgen?. Hoy la ha vestido para ti y de este modo la verás siempre desde ese rincón que Dios tiene reservado a los mejores hijos de Triana.
Nos queda rezar por tu alma, acompañarte por última vez hasta la última parada de tu existencia, esa si amigo, te llevará a compartir Santa Morada con la Caída eterna del Cristo de Triana y con los perfiles más hermosos que dibujaron los pinceles celestiales en la cara divina de la Reina de Triana.
Espero que en Cielo te acuerdes de nosotros y nos sigas dando fuerzas para conseguir llevar a cabo nuestro proyecto de Hermandad. No te olvidaremos nunca Manolo. Por suerte tenemos entre nosotros a tu hijo Fernando, que ha sabido tomar el testigo de su padre y en él siempre te veremos a ti. Las buenas personas nunca acaban de marcharse para siempre. Tristemente no volveremos a tener unas palabras tuyas, no volveremos a coincidir en un banco de la Capilla de los Marineros, a charlar en el encuentro de cualquier calle de Triana, el saludo lejano de cualquier mañana, las emociones compartidas la mañana del Jueves Santo delante de la Capilla o el pellizco del Viernes de Dolores al contemplar con devoción la dulce agonía del Cristo que no termina de morir por las Calles de Triana. Duerme amigo Manolo, duerme que pronto abrirás los ojos y en tu despertar lo verás a Él en el esplendor de su Gloria. Tu mensaje y tu bondad no sólo no morirán sino que estarán cada día más presentes en nuestros corazones.
Hasta pronto querido Manolo, que Dios te bendiga y ayude a los tuyos a superar el trago más amargo de sus vidas.

martes, 18 de noviembre de 2008

400 años Caído por Triana

La mañana se abría paso por las calles de Triana, desde Castilla pasando por Alfarería, San Jorge, Callao, Altozano, San Jacinto, Pagés del Corro, Rodrigo de Triana, Pelay Correa y Pureza hasta llegar a la Plazuela y adentrarse en Santa Ana. Oscuridad en la Catedral de Triana, al final del pasillo central que se inicia en el Coro se divisaba la hermosura incomparable de la Reina de Triana. San Pedro que tomó prestados el rostro y las llaves del Mudo de Santa Ana atónito se quedó al mirarla a la cara. Don Juan y Don José se frotaban los ojos en el Cielo, Don Manuel su privilegiado heredero tomaba el testigo con el agradecimiento de su corazón. La postal que muchos trianeros anhelaban se hacia realidad a los pies de Señá Santa Ana. Cuantos trianeros soñaron y seguirán soñando con esta imagen y el reencuentro con el esplendor del otro Templo grande de Triana. Esperanza y Estrella en Cuaresma volverán a darse la mano prolongando en el tiempo el saludo pasajero y eterno del Viernes Santo por la mañana. La Virgen Capitana vestida de luto por sus hijos difuntos a pocos pasos de su Madre y junto a Ella el Hijo de sus entrañas, sólo, con la túnica bordada, en recuerdo de la original del inolvidable Juan Manuel, sobre un pequeño paso alumbrado por cuatro candelabros de guardabrisas con cirios morados y dos faroles sobre un monte de lirios. Interminable trasiego de fieles hasta el mediodía cuando el portalón se cerraba.

Por la tarde el Cristo de las Tres Caídas caminaba en silencio, un silencio roto por un murmullo de plegarias, ruegos y oraciones. El almanaque retrocedía en a penas un par de horas cuatrocientos años en su tiempo. Vuelta atrás en la Historia hasta llegar al principio y a un rejuvenecido Convento de la Encarnación. Los ojos de las monjitas mínimas encerradas en la clausura del Convento atravesaban los muros para contemplar a la perfección los maravillosos perfiles del Rey de los corazones de Triana. Los ojos del alma alcanzaron a ver el milagro de Dios en el umbral de sus vidas. Vuelco de corazones y suspiros de ángeles en la Cava. Las monjitas dormidas en la profundidad del sueño eterno despertaron para acariciar a su Cristo Moreno. El tiempo se detuvo en Triana, las errantes vidas encontraron rumbo cierto en su camino, los débiles de espíritu la fuerza para levantarse y los hijos lejanos retornaron a su paraíso de niños. Cristo Caído en la alfombra de Triana, añoranzas de viejas postales que murieron en sus entrañas. Abuelas vestidas de negro lloraban sin consuelo tomando de la mano a sus nietecillos “abuela no llores más que me rompes el alma”.

Amores soñados en la Cava volvieron a reencontrarse al anochecer. Aromas y esencias puras de Triana perfumaban unas calles totalmente abarrotadas de fieles entregados en cuerpo y alma a la fría y hermosa noche de este lado del Río. Se hicieron viva presencia recuerdos de gitanos y civiles de la Cava, de corrales de vecinos con olores de jazmín y de romero, de mareantes perdidos en el azul océano, alfareros y ceramistas del pasado, betuneros y carboneros en el olvido, hombres que madrugaban para cruzar el puente de barcas en busca del pan de sus hijos y tantos trianeros que durmieron para siempre para seguir soñando. Sabor a viejo Barrio, lágrimas en el recuerdo, emociones por el momento y esperanzas en pos del reencuentro. Vacíos y ausencias en la Calle Larga de Triana. Pureza no esperaba como en la verde Madrugada, trataba de ver y no veía, trataba de llegar y no llegaba y trataba de sentir y Dios Mío, sentir y como sentía.
Desde el Puente de Triana empezaba a percibirse una suave brisa que terminaba por acariciar el dulce rostro del Cristo de las Tres Caídas, sus manos sutilmente apoyadas sobre los lirios morados, sus labios implorantes y sus rodillas clavadas en la tierra, el suave terciopelo de su túnica besaba la canastilla de Sol, la luz de sus ojos y los guardabrisas encendidos de Candelaria eclipsaban el firmamento infinito y el brillo de las estrellas hasta cegarlos por completo. En el Cielo asomaba una Luna hermana de aquella que llaman del Parasceve, en el Barrio León de los naranjos brotaba azahar. Todo parecía tan igual a la noche señalada.
Ausencia de túnicas moradas y verdes de terciopelo, de Centurión a caballo mostrando el camino en la proa y de Cirineo aliviando el peso en la popa. Ausencia de claveles y de roja cera resbalando sobre el canasto. Ausencia de capataces y costaleros que se marcharon a la Gloria para pasear la Caída de su Cristo a la voz del capataz eterno. Ausencia de vidas derramadas sobre un mar de sueños retomados. El barco del recortado paso navegaba sin perder el compás sobre un mar de amores en busca de un horizonte de bonanza. El Señor tres veces volvió a caer en Triana, tres veces que levantó y volvió al camino. Cada golpe de llamador sonaba con fuerte eco sobre los pechos trianeros. Cristo paseaba sobre los hombros de hermanos costaleros, los suyos propios y los que llevan a su Madre cada Madrugá.
Sonidos de cornetas y tambores nacidos del corazón y del sentimiento profundo de un Barrio, sonidos evocadores de largas chicotás y de sublimes revirás, música celestial para los oídos de Triana. Bulerías y soleares sonaron en la Cava más gitana, clásicas como Cristo del Amor y otras como Santa María del Rocío, Esperanza Gitana, Al Cielo El Rey de Triana, La Pasión. Sobre los pies y muy despacio, a penas sin alargar el izquierdo, avanzaba por las entrañas del Barrio, emoción especial ante la Capilla de la Estrella. El Cristo Caído en el suelo de Triana miraba para Sevilla, pero esa noche no, los pellizcos del Puente tendrán que esperar como lo hará Sevilla. Esa noche era para Triana, no hubo despedidas en la Capillita del Carmen, atrás no quedaron San Jacinto y Altozano, la silueta del Señor no se dibujó sobre las aguas del Río, las lágrimas de cera se derramaron sobre las calles de Triana, las barcas no iluminaron el Puente con destellos de luces, Reyes Católicos no resultó ser el punto y seguido en su camino hacia la otra orilla, La Campana no volvió a ponerse en pie a su llegada, La Catedral no guardó silencio ante el Monumento, El Postigo no esperaba el milagro del Misterio bajo su Arco, ni el Baratillo se asomó a su balcón para recibirlo con los brazos abiertos. Sevilla esperaba como siempre a que llegase su hora.


A mi mujer y a mi hija

sábado, 8 de noviembre de 2008

El Centinela de Santa Ana

Despierta Triana muy de mañana, sus calles empiezan a recobrar la normalidad de un nuevo día. El tenue murmullo de las primeras voces quedan en un segundo plano ante el rotundo sonido de un cerrojo, instantes después un viejo portalón abre sus puertas de par en par. De las entrañas mismas del Templo se escucha el rachear de unas zapatillas que acompasan el caminar de un hombre todo corazón que vuelve a repetir el mismo ritual de cada día a lo largo de una ya dilatada vida. Sin tregua, descanso o fatiga que valga, siempre es fiel a la cita. El cariño de todo un Barrio y por extensión de toda una Ciudad ha dado a catalogar a este gran hombre de Dios como “Patrimonio Humano de Triana”. Todos sus amigos llevamos con orgullo su verdadera amistad. El Mudo es un hombre bueno, sencillo, entregado, abnegado, cumplidor, trabajador, buen vecino y mejor cristiano. La Iglesia de Santa Ana es su única morada, el sentido de su vida y su todo. Como pude entender perfectamente en esa peculiar manera que tiene de entenderse con sus amigos, el día que se levante, y sus lentos, pero decididos pasos, no lo lleven hacia su Triana y hasta la Madre de su Esperanza, se muere de pena.

El Mudo con el paso de los años ha ido modelando un carácter afable que lo ha convertido en un ser especial. Muy temprano se vio privado de sus seres más queridos. A base de golpes de corazón ha ido superando los tragos amargos que ha tenido que soportar a lo largo de su existencia, ha vivido cada momento con intensidad. No necesita hablarnos para ser entendido, cuando el corazón es transparente y sincero no necesita de palabras para transmitir un sentimiento, un deseo o una pena. Como bien decía nuestro añorado D. Juan Martín Pérez, el Mudo te entiende cuando quiere, cuando no, se hace el desentendido. En el interior de su mirada y en sus ojos humedecidos podemos encontrar respuesta a una vida entregada a los demás, de mucho sufrimiento y no menos esperanza. El Mudo siente gran emoción al ver como los niños que correteaban por Santa Ana, vuelven un día para celebrar su Primera Comunión, el Matrimonio e incluso bautizan a sus hijos.

Las paredes del Templo y el Mudo son los grandes guardianes de los muchos secretos que se esconden bajo los techos de la Catedral de Triana. Se adelanta perfectamente a los distintos acontecimientos religiosos que tienen su punto álgido en la Parroquia de Santa Ana. Con arte inigualable e inquieto, espera algunos sábados por la mañana, sentado junto a una vieja mesa, a los muchos fieles que llegan a Santa Ana. Cada moneda que suena en el fondo de una bandeja es correspondida con un retrato de Señá Santa Ana, El Niño y La Virgen, cuando le parece insignificante la limosna, te mira a los ojos y enseguida te hace descubrir en su mirada aquello de “mi arma estírate un poco o quédate esperando que te dé una foto”. Llega la Cuaresma y por ende los traslados de las Imágenes Titulares de la Hermandad de la Esperanza de Triana para la celebración de sus Cultos anuales en la Real Parroquia de Santa Ana. El Mudo empieza a vivir los días con mayor intensidad, su corazón se acelera, su cansado cuerpo se fortalece, es fiel testigo de cada detalle, de cada flor colocada en el Altar de Cultos, de cada gota de cera que lagrimea sobre la plateada candelería.

Mañana de Jueves Santo y el Mudo que no cabe de si por tan incomparable gozo, no duda en compartir sus sentimientos con sus fieles amigos del Barrio que a muy temprana edad lo acogió como su niño protegido. No deja de dibujar sonrisas en su envejecido rostro, pasa la tarde y llega la noche. La Calle Larga de Triana, poco a poco es cubierta por un público expectante, sueños revividos de Madrugada y llega la Mañana. Su corazón se acelera ante el sonido de cornetas y tambores en el cercano Convento de la Encarnación, sin saber porque extraño milagro el Mudo por una mañana percibe con claridad los sonidos de la que se apaga Verde Madrugada. Desde la Puerta que apunta a la casa del Párroco puede ver como asoman seis ciriales y siente como el corazón se le sale del pecho del que cuelga una medalla. Se acerca la Reina de Triana, el Mudo levanta la vista y contempla con contenida entereza la aparición de los primeros varales y dos repletas esquinas de flores. Poco a poco revira el palio hasta que asoma por completo la belleza incomparable de la Esperanza de Triana, el Mudo no aguanta más, cada paso de su Virgen Morena su corazón un punto más acelera, hasta que llega a su vera y se detiene ante él. El milagro de la voz se hace presente en su callada garganta, tres veces llama guapa a la Virgen, tres piropos que no podrían entenderse mejor ni recitados por el mejor de los poetas. El más grande pregonero de Sevilla enmudece su silencio para gritar con fuerza “guapa” “guapa” “guapa” ¿Dime Dios mío si estoy en Triana o si me llamaste ya a la Gloria?, mares de lágrimas recorren sus mejillas, cierra los puños y en la Virgen de Pureza clava su mirada. No sólo son sus lágrimas, cientos de trianeros lloran con el Mudo de Santa Ana. Se aleja el palio y con él la Esperanza, el Mudo pierde a la Virgen de su vista y hace cuentas con sus manos para saber cuantos días le quedan para volver a encontrarse con Ella.

Al Mudo de Santa Ana con cariño de su amigo Jordi de Triana.

jueves, 6 de noviembre de 2008

A Híspalis con la Justicia de su Causa.

Sevilla empieza a anochecer en el horizonte de un Aljarafe guardián y centinela cartujano. Sus calles a penas tienen vida, los pajarillos se protegen de la fría noche en las copas de los árboles arropando con sus alas a sus indefensas criaturas, las tupidas madreselvas y los naranjos cierran sus ojos de otoño soñando con el esplendor de una nueva primavera. A penas pueden percibirse los mínimos indicios de una Ciudad repleta de vida.
Lejanos al mundanal silencio cuentan las últimas horas del día en un acogedor hogar de nuestra Sevilla. Lentos y cautelosos pasos de un padre llevan a la pequeña Laura a descansar su pequeño cuerpo de ángel sobre una suave sábana de seda. El último beso del día sobre su carita aterciopelada es preludio de un profundo y hermoso sueño.
Se hace la noche por completo, el silencio y la oscuridad caen sobre una calle que es levemente alumbrada por parejas nombradas de farolas. Poco a poco se apagan las luces de las casas vecinas del Barrio.
Tras dar el último beso de la jornada a su princesita y cansado por la rutina diaria se sienta junto a la compañera de sus días, los párpados comienzan a pesar, los ojos entreabiertos lo acompañan a la puerta de un primer sueño que nos transporta a un balcón de Triana que a través del Guadalquivir apunta hacia la otra orilla del Río, en un primer plano su dorada Torre cercana y al fondo La Giralda soñadora, prendida por azucenas, que sobresale con su belleza y por su altura de las paredes del Templo Catedralicio.
Gran Poder y Macarena velan por el sueño de su niña. Mientras, él no termina de conciliar el sueño propio. Su preocupación por Sevilla puede con el cansancio. Se levanta presuroso para tomar papel y lápiz e inicia unas líneas marcadas por la honda preocupación por unas calles heridas, el abandono de unas plazas, el dolor por unas piedras rotas, el monumento agrietado por el paso de los años, el balcón que amenaza con descolgarse, la fachada fatalmente apuntalada, la Sevilla histórica salpicada por la mal entendida modernidad y en fin trata de buscar una solución para acabar con tanto abandono, desazón y desidia. Su Sevilla está tristemente malherida, las llagas cada vez son más profundas y el dolor más inconsolable.

Vencido por el sueño se marcha a descansar, antes toma el mismo lápiz para señalar un nuevo día en esa cuenta atrás que lo llevará a un nuevo Domingo de Ramos. En sus sueños aparece un penitente de morado antifaz abrazando una Cruz besada por las cuentas de un rosario. La mirada siempre al frente buscando al Señor de bronce y bendito. Sonidos de tambores y de cornetas, de zambras gitanas, de cantes jondos por seguidilla y por martinete, gitanos que bailan en San Román, soleares, bulerías y tientos, El Manué camina con duende y poderío al compás de la Laguna. El Rey de los payos y de los gitanos vuelve a reinar en la noche más hermosa de la vieja Híspalis. Radiante como el Sol y elegante como la Luna camina por Sevilla la Reina de San Román, el palio se estremece, requiebros, mecías leves a golpe de cintura, soleá entre varales de plata, la candelería encendida como el cisco gitano que huele a azúcar quemá a los pies de una mesa de camilla.

Noche del Señor y de la Esperanza, noche de sueños revividos y la noche más gitana. Quejíos y suspiros en los jardines del Valle despiertan a los ángeles dormidos de San Román. Noche de canela, terciopelo, silencios, llantos, oraciones y promesas. Silencio en una calle, oscuridad en el firmamento, una hilera de cirios encendidos y detrás el Cristo de los Gitanos al son de una saeta. Se acaba la noche gitana y un largo año tendremos que esperar para verte la cara rosa morena y calé de las Angustias Coroná.

A ti Híspalis.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Un Viejo Balcón en San Lorenzo ...................A ti querida Glauca

El balcón permanece abierto de par en par esperando al Señor. Un mínimo haz de luz termina por alumbrar la oscuridad del interior de una vieja casa, en sus entrañas se divisan dos sombras hermanas, simétricas e inmutables. Sentadas en sendos sillones y padeciendo el hondo pesar que sienten en sus cansados corazones por el mucho vacío de las ausencias pasan sus horas en silencio. Un silencio tenuemente alterado por el leve murmullo de la brisa que acaricia el suave tacto de una cortina blanca de seda. El recuerdo de incontables madrugadas permanece intacto en la frágil habitación de sus memorias. Sus vidas transcurren en torno a una mesa de camilla perfectamente arropada, sobre la cual podemos contemplar media docena de paños de encaje y un arrugado pañuelo bordado sobre el que se adivinan unas iniciales cuidadosamente marcadas. Visten hábito morado en señal de promesa. El mismo que vestirán al final de sus días cuando sus cuerpos sean amortajados para iniciar el viaje que las llevará a descansar para siempre junto al que Todo lo Puede. Dos candelabros de plata ennegrecidos por el paso del tiempo, un rosario apoyado sobre un misal de amarillentas páginas, un reloj de pared de aquellos que vemos a diario en tiendas de antigüedades, una estantería repleta de libros de vidas de santos y mártires, un pequeño transistor vestigio de viejas novelas y de partes de noticias componen el humilde mobiliario de un estrecho, calido y al tiempo confortable cuarto de estar. Como mejor tesoro y estrechados entre sus arrugadas manos viejos retratos del Señor de estimada fecha en los años cuarenta, cuando todavía residía en la Parroquia de San Lorenzo.
Meses atrás, entre lágrimas y oraciones, se asomaron por última vez al viejo balcón para ver marchar al Señor. No pueden disimular la tristeza que les produjo tan irreparable marcha. Como puñal penetrante sienten cada uno de los pasos que dio El Señor hacia la lejanía de un oscuro, para ellas, horizonte sin su Dios. Sus cansados pies se detienen cada noche detrás de las cortinas, el dolor les impide dar un último paso para asomarse a su balcón y con ello sentir todavía más si cabe la soledad de una Plaza y la ausencia de su Dios. Su fe en el Señor permanece inalterable tras su marcha, pero como buenas hijas necesitan de su cercanía, de su calor y de su mirada. Fueron muchas las madrugadas en las que estas mujeres acompañaron sin descanso al Señor de Sevilla. Cada día no les faltaba tiempo para acercarse a la Basílica y tras minutos de oración subir la escalera de mármol que llega al camarín del Señor, una mirada a su costado y un beso en su Sagrado Talón. Hace años que las fuerzas abandonaron sus envejecidos cuerpos y el sueño de cada Madrugá es fruto prohibitivo para ellas. No pueden seguir acompañándolo durante toda la noche.
Su gran consuelo está en un privilegiado balcón que apunta hacia el corazón de San Lorenzo y que les permite contemplar al mismísimo Dios caminando por las calles de Sevilla. Toda una noche en vela, sin tiempo para conciliar el sueño, esperando con ansiedad el canto de los pajarillos que despiertan para bendecir al Señor de Sevilla en su retorno a la Plaza. Volverán a asomarse al balcón como la madre que espera al hijo durante toda una noche con preocupación y que lo ve llegar tal como se marchó, con una sonrisa celosamente guardada para ella. Meses de ausencias, de soledades, de vacíos y de oscuridad. No desesperéis piadosas mujeres que muy pronto, vivos los ecos de dos penetrantes saetas que partieron de un balcón cercano, del silencioso murmullo de una abarrotada Plaza y de la infinidad del Dios Todopoderoso que se marchó a cuidar de sus hijas, monjitas de Santa Rosalía, volverá con su Luz para deslumbraros con la infinidad de su Amor.
Despertarán los vencejos de la Santa Madrugada, la soledad de la Plaza volverá a llenarse por completo, renacerán viejos aromas de pasión, nos reencotraremos con nuestro pasado más lejano, despertaremos de un profundo sueño, los viejos corazones latirán como lo hicieron antes de la ausencia más inesperada, San Lorenzo volverá a ser pórtico del Cielo y la Basílica la única morada del Señor.
No me olvido de ti querida abuela, tras los pasos del Señor caminará tu bella azucena.

sábado, 4 de octubre de 2008

SAETA A UN CRISTO MUY VIVO

Querido amigo, tu mala suerte te llevó a vivir en la calle, sin otro techo que el celeste horizonte que cubre nuestra Sevilla. Conoces tu nombre y poco más sabes de ti. Hace años que la felicidad dejó de acompañarte en tu camino, los tuyos poco a poco te fueron abandonando, los besos de esa madre que tanto añoras te acompañarán para siempre y llenarán mínimamente tu mucha soledad. En tu morada las ventanas y puertas permanecen siempre abiertas dejando pasar el frío de la calle, con a penas una manta puedes protegerte de la helada noche. Tienes muy poco en esta vida, pero tu corazón es tan grande que no dudas en compartirlo con tus semejantes.

Quisiera ser tu costalero para aliviar el dolor que te embarga hermano mío, ser tu cirineo para hacerte más liviano el peso de la cruz que cargas sobre tus espaldas. Eres tú mi Dios y no otro: Señor de las aceras, Crucificado en el árbol del olvido, Jesús Preso amarrado a tu desdicha, Nazareno descalzo y errante en el interminable camino de tu Amargura, Cautivo a los pies de una farola, Desnudo de bienes materiales, Despojado de todo derecho, Flagelado por tu pena, Silencio ante el desprecio de tus hermanos, Presentado a la desesperación, Perseguido, Misericordioso en el fondo de tu triste y dulce mirada, Negado tres y mil veces, Abofeteado a manos abiertas, Prendido entre los árboles de un parque, Humillado, Sentenciado, Calumniado, Burlado, Maltratado, Vendido por tres monedas, falsamente Besado, Caído tantas veces que hasta perdiste la cuenta, Ajusticiado y Yacente en el banco de una plaza, eres Tú mi Dios y no otro.

Muchos que te ven pasan de largo. No conocen tu nombre, nada sobre tu vida, pero saben que sufres. Su egoísmo les impide dedicarte una palabra, una moneda, un gesto o una sonrisa. Están tan ciegos que son incapaces de leer en tus ojos el mensaje del Dios que llevas en tus entrañas. Es poco lo que tienes hermano mío y menos aún lo que pides.

Eres tu mi Cristo y no otro. Porque mi Cristo está muy vivo y vive en tu cuerpo y en la cárcel de tu condena. No pierdas nunca la fe en el Padre que por ti llora en el Cielo, no pierdas la fe en esa otra Madre que te espera para arrullarte entre sus brazos. El Reino de los Cielos te rescatará de la pobreza y de la miseria.

Recuerdo aquellas tristes palabras que nacían de la garganta de una mujer derrumbada por el dolor en la recién estrenada mañana de un Domingo de Resurrección. No olvidaré jamás la bellísima estampa del Cristo Resucitado a puertas del Salvador y aquella llorosa mujer que recitaba a su Dios la más penetrante saeta que mis oídos de por vida han podido escuchar: “qué pena Dios Mío que se me han muerto mi madre y mi marío, nada más me queda en esta vida que a ti Padre Mío”.

sábado, 30 de agosto de 2008

"Hasta Siempre Amigo del Alma"

Se pierde el palio en la profundidad de la calle San Vicente confundido entre naranjos cubiertos de azahar. Los penetrantes silencios de Sevilla atraviesan las entrañas heridas de la Ciudad ante la imperturbable mirada de hijos anónimos ataviados con túnicas de negro y esparto. En el horizonte de la excelencia romántica, testigo de la imborrable huella de nuestros antepasados, se atisba una intensa luz que nos devuelve a la añoranza perdida en el tiempo y en el espacio. En el ambiente puede palparse el duelo de las almas dormidas de Sevilla que despiertan un año más a la llamada de la nostalgia. Ilusión y realidad caminan juntas y frente a frente como parejas de nazarenos perfectamente alineadas por diligente diputado de tramo. El Universo se detiene ante tanta belleza concentrada en las formas perfectas de la Virgen del Dolor inconsolable que camina bajo un señorial palio de crestería. El negro cielo de Sevilla, el incomparable lienzo de San Vicente y la Virgen de los Dolores funden sus almas en una sola, el tiempo se detiene, los corazones aumentan su latido vital y la Ciudad eterna que nunca muere porque pervive en la justa memoria de su Historia retrocede varios siglos en el almanaque de su tiempo.

Junto a la Madre Dolorosa camina un hombre bueno de Sevilla acariciando la manigueta delantera izquierda de su palio y a su derecha su hermano del alma. La sabiduría de tantas noches de Lunes Santo percibiendo inigualables sensaciones han permitido a este enorme cofrade de Sevilla descubrir cada detalle en el andar del palio de su Madre, adivinar el leve desfallecimiento de parte de la cuadrilla de sus costaleros y momentos después la gran fuerza de los corazones que vuelven a llevar a la Virgen como se merece. Adivina cada marcha que sonará en cada lugar del itinerario como música celestial interpretada por los músicos de Tejera y en fin para él no existe el mínimo secreto. La nostalgia, la memoria y el recuerdo de tantas estaciones de penitencia compartidas en la noche del Lunes Santo han estado muy presentes a lo largo del recorrido. La complicidad de sus corazones no necesita de una sola mirada para avivar el fuego del cariño. La Virgen que mira al Cielo vuelve a su Templo y con ella sus dos hijos terminan por revivir un nuevo sueño. Todo era igual aquella fría noche y todo era distinto. Era una noche más de Lunes Santo, una noche como otras tantas. Aunque aquella noche era distinta y Ella sabía demasiado bien el motivo. Uno de los hermanos que cada año y fiel a la cita paseó por Sevilla abrazado a su parihuela acababa de completar la última Estación de Penitencia con su Hermandad de las Penas de San Vicente.

Los Arcángeles de Cristo tenían un mensaje para ti querido amigo. Jesús de las Penas y la Virgen de los Dolores querían tenerte muy cerca y no sólo en aquella noche señalada en el exacto calendario de nuestra Ciudad. Te llamaron para compartir la Gloria del Cielo por todos los Siglos. Querido amigo y maestro has cerrado los ojos a la vida terrestre para vivir la eternidad de la vida Celeste. La sabiduría de Dios ha vuelto a sorprendernos al elegir al mejor de los nuestros. El abrazo de Lunes Santo se hará eterno junto a la Virgen de tus sueños y Jesús de las Penas te hará disfrutar de la Estación de Penitencia Definitiva compartiendo cofradía con tantos hombres buenos que hicieron de su vida paradigma de entrega, amor y generosidad.

Una inesperada enfermedad se cruzó en tu camino y como tu Cristo de las Penas, caído pero no vencido, lograste sobreponerte. Fuimos testigos de tu curación con alegría y con la admiración por esa entereza que no dejó de sorprendernos a lo largo de tus días. Tristemente y cuando empezabas a disfrutar plenamente de todas tus cosas y de iniciar un nuevo camino de sueños generosamente compartidos la muerte te sorprendió de forma traicionera, sin permitirte siquiera la posibilidad de luchar lo más mínimo contra ella. Como el Río que baña de costado a costado el alma de nuestra Sevilla tu vida acabó desembocando en tu otra patria, en tu patria chica, en tu querida Sanlúcar de Barrameda.

Con mucho dolor te hemos acompañado en tu último paseo por Sevilla. Nos queda un vacío enorme que jamás podremos llenar. Sabes bien querido amigo, permíteme mejor que te llame hermano, padre o maestro que nunca te olvidaremos. Todo nos recuerda a ti. En estos momentos de tristeza difícilmente podemos encontrar palabras para expresar tanto agradecimiento por todo lo que has hecho por nosotros y más complicado nos resulta transmitir la mucha pena que nos embarga por tu inesperada ausencia. Has sido un ejemplo para todos nosotros, tú como nadie has conseguido que todos estemos unidos y que ningún motivo por muy significante que nos pudiese parecer haya servido para distanciarnos. Querido amigo del alma si hoy día podemos presumir de haber conformado esta otra gran familia ha sido por haber encontrado en ti el padre perfecto, el amigo inquebrantable, el hermano que nos acompaña en los momentos difíciles y en fin el espejo en el que todos debemos mirarnos. Eres nuestra alma y no dudes que continuarás siéndolo. Desde hoy pondremos todo nuestro empeño en seguir tu estela, aunque difícilmente lo conseguiremos.

Hace pocos días me acerque a Santa Rosalía para visitar al Señor de Sevilla. Le recé tres Padrenuestros: el primero por el descanso eterno de tu alma, en el segundo le pedí porque fortalezca a los tuyos en el duro camino de sus vidas sin tu presencia y en un tercero para agradecerle con todo mi corazón el haberme regalado tu incondicional amistad. En la mirada del Señor he comprendido que ya te encuentras junto a Él, no tenía dudas de que sería de este modo, aunque me agradaba adivinarlo en la profundidad de su penetrante mirada. Como dice mi pequeña niña, estarás dormidito en el Cielo junto al Señor, de ese modo también lo entiendo yo, en otro caso no encontraría en este mundo consuelo que pudiese aliviar el mucho dolor que siento por haberte perdido para el resto.
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Hasta siempre amigo del alma. Que Dios te bendiga y encuentres en Él descanso eterno.









In Memoriam Luis Javier Fernández-Palacios